Educación, Ocio

Cuento infantil: Garbancito

Garbancito, una bonita y divertida historia para leerle a los niños

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Garbancito
Jennifer Delgado

Jennifer DelgadoEducadora, psicóloga y psicopedagoga

Si a los más pequeños de casa les gustan los cuentos infantiles, Garbancito es uno de los títulos que no deberían dejar de leer. También conocido como “El Patufet” en Cataluña, donde surgió este cuento tradicional, narra las aventuras de un niño tan pero tan pequeño como un grano de arroz a quienes sus padres llamaron Garbancito. Una divertida historia que aborda de una manera sencilla el tema de las diferencias y que les transmite una importante lección a los más pequeños de casa, les enseña a abrazar sus defectos porque cuando menos lo esperan estos podrían convertirse en maravillosas cualidades.

Una de las versiones más populares del cuento de Garbancito para los niños

Había una vez un matrimonio que quería tener hijos. Tras mucho tiempo esperando ese momento finalmente tuvieron uno pero cuando nació resultó ser un niño muy pequeño, tan pequeño como un granito de arroz, por eso decidieron llamarlo Garbancito.

A medida que pasaba el tiempo Garbancito se hacía mayor, pero seguía siendo igual de pequeño. Sus padres estaban algo preocupados, pero en cambio a él no le importaba. A Garbancito le gustaba trabajar y ayudar a sus padres como hacían el resto de los niños y eso le hacía muy feliz.

Era un niño listo y espabilado que se había ganado la confianza de sus padres. Los dos sabían que era muy responsable, así que de vez en cuando, le dejaban ir a dar una vuelta por el pueblo o hacer algún recado.

¡Y Garbancito encantado! Iba a hacer recados para sus padres muy feliz. Eso sí, como era tan pequeño mientras iba por la calle siempre tenía que cantar para la gente se diera cuenta de que pasaba por allí. Así, se inventó esta coplilla:

– ¡Pachín, pachín, pachín!
¡Mucho cuidado con lo que hacéis!
¡Pachín, pachín, pachín!
¡A Garbancito no piséis!

Era un niño tan popular, que todo el mundo, en cuanto escuchaba la vocecilla que venía desde el suelo, se apartaba para abrirle camino entre la multitud.

Un buen día, su padre comentó en casa que debía salir al campo.

– ¡Las coles que planté hace unas semanas están en su punto y es el momento perfecto para ir a recogerlas!

Su esposa que tejía una bufanda junto al horno de leña, estuvo de acuerdo.

– Estupendo. Si consigues llenar un saco, después iremos al pueblo a ver si podemos venderlas a buen precio.

Garbancito escuchó la conversación desde su habitación. A la velocidad del rayo, corrió a la cocina y se subió a una mesa para que pudieran verle bien.

– ¡Por favor, papá, llévame contigo al campo! Hace mucho que no voy y quiero echarte una mano.
– Está bien, Garbancito. Vístete y lávate la cara y nos vamos en cuanto estés listo.

El padre salió a ensillar el caballo y, en cuestión de minutos, Garbancito apareció en el establo.

– ¡Papá, papá! Ayúdame a subir, que es demasiado alto para mí.
– ¡Claro que sí, hijo!

El hombre cogió a Garbancito con los dedos y le colocó en la palma de su mano.

– ¿Quieres ir sobre el lomo del caballo?
– No, papá, prefiero que me pongas junto a su oreja y así yo le iré guiando por donde tiene que ir.
– ¡Me parece perfecto! Gracias por tu ayuda, hijo mío. Despídete de tu madre.
– ¡Hasta luego, mamá!
– ¡Hasta luego! Tened cuidado y tú, Garbancito, sé responsable ¿de acuerdo?
– Lo seré, no te preocupes.

Agitando las manos para decir adiós, padre e hijo tomaron el primer camino a la derecha. Garbancito iba feliz dando órdenes al animal.

– ¡Por aquí, caballito, sigue por ese camino! ¡No, no, ahora gira, que por allí hay piedras!

Por fin, llegaron a la plantación de coles.

– Garbancito, voy a llenar el saco todo lo que pueda. Ve a jugar un rato, pero no te alejes mucho.
– Sí, papá, no te preocupes por mí ¡Ya sabes que sé cuidarme yo solito!

¡El niño estaba feliz! El sol calentaba sus mejillas, el aire olía a flores y había un montón de mariposas que revoloteaban sobre su cabecita  ¿Qué más podía pedir?

Como era un niño muy curioso, se fue a dar una vuelta. Le encantaba corretear entre la hierba y observar los bichitos que había debajo de las piedras. ¡Siempre encontraba cosas interesantes que investigar y descubrir! También le gustaba mucho dar brincos y subirse a las flores. ¡Era genial balancearse sobre ellas como si fueran columpios!

Sin embargo, algo sucedió. En uno de esos saltos, calculó mal la distancia y fue a caer sobre una gran col. Aunque las hojas eran bastante blandas, se dio de bruces y el golpe fue duro.

– ¡Ay, qué golpe me he dado! ¡Casi me parto los dientes!

Muy cerca, había un buey pastando que escuchó el quejido de dolor y enseguida notó que  algo se movía sobre la planta. Se acercó sigilosamente, abrió su enorme boca, arrancó la col de un bocado y se la comió en un abrir y cerrar de ojos. El pobre Garbancito no tuvo tiempo de escapar y fue engullido por el animal.

El padre, que no se había dado cuenta de lo sucedido, al terminar la faena le llamó.

– ¡Garbancito! ¡Va a anochecer y tenemos que regresar! ¿Dónde estás? ¡Garbancito!

Por mucho que buscó, el niño no apareció por ninguna parte. Desesperado, se subió al caballo y volvió a casa galopando. Ni si quiera se acordó de llevarse el saco de coles, que se quedó abandonado en el suelo. Entre lágrimas, le contó a su mujer que Garbancito había desaparecido y, juntos, salieron de nuevo a buscar a su hijo.

Durante horas y horas recorrieron el campo gritando a viva voz:

– ¡Garbancito! ¡Garbancito!
– ¿Dónde estás, hijo mío? ¡Garbancito!

Parecía que se lo había tragado la tierra y empezaron a convencerse de que su querido hijo jamás volvería con ellos. Estaban a punto de desistir cuando pasaron por delante de un buey que mascaba un poco de pasto. De su interior, salió un hilo de voz:

– ¡Aquí! ¡Padres, estoy aquí!

El hombre frenó en seco y le dijo a su mujer:

– ¡Shhhh! ¡Silencio! ¿Has oído eso?

Garbancito continuó gritando tan fuerte como fue capaz.

– ¡Estoy en la panza del buey que se mueve, donde ni nieva ni llueve!

La madre se acercó al animal y tocó su enorme barriga. A través de la piel notó un bultito del tamaño de una canica que se desplazaba de un lado a otro. Miró a su marido y sonriendo, le dijo:

– ¡Nuestro hijo está aquí dentro y tengo una idea para liberarlo!

Se agachó, arrancó unas finas ramitas de la tierra y las acercó a la nariz del buey. Al olfatearlas, el animal sintió tantas cosquillas que estornudó con fuerza y lanzó por la boca a Garbancito. El niño salió disparado como una bala, pero por suerte, fue a parar al mullido regazo de su padre.

¡Qué alegría sintieron todos! El hombre y la mujer lo llenaron de besos y abrazos y Garbancito, feliz de haber salido de la tripa del animal, les abrazó muy fuerte.

Había que regresar a casa. Así que recogieron el saco de coles y los tres se subieron al viejo caballo, que, entre risas de felicidad, comenzó a trotar al ritmo de la canción favorita de Garbancito:

– ¡Pachín, pachín, pachín!
¡Mucho cuidado con lo que hacéis!
¡Pachín, pachín, pachín!
¡A Garbancito no piséis!

Imagen: Garbancito (Caballo alado clásico series) de Combel Editorial (28-04-2005)

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