Cuento infantil: El soldadito de plomo
Cuento corto (resumen) de ‘El soldadito de plomo’ para leer con niños
Referencias científicas
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“El soldadito de plomo” o “El intrépido soldadito de plomo” es un cuento infantil del escritor danés Hans Christian Andersen. La historia fue publicada por primera vez en 1838, y desde entonces ha sido traducida a varios idiomas y adaptada al cine y al teatro. El cuento tiene como protagonista a un soldadito de plomo y motiva a reflexionar acerca de la aceptación de las diferencias, la lucha ante la adversidad y el amor.
El soldadito de plomo, un cuento para reflexionar con los niños
Había una vez un niño que tenía muchísimos juguetes, pero un buen día su abuelo le hizo un regalo muy especial. Se trataba de una preciosa caja de madera, que contenía en su interior una serie de soldaditos de plomo realizados a mano a base de fuego y metal. Todos llevaban el fusil al hombro, vestían espléndidas chaquetas rojas y pantalones azules y mantenían la mirada al frente.
– ¡Soldaditos de plomo! ¡Muchas gracias, abuelo! – dijo el niño con alegría.
Inmediatamente el pequeño fue sacando con cuidado todos los soldados de la caja, uno a uno, y los depositó sobre su escritorio como si estuvieran en formación. ¡Qué elegantes lucían! Parecían un ejército de verdad. Sin embargo, al sacar de la caja al último de los soldaditos, el pequeño se percató de que le faltaba una pierna. Lo que pasó fue que cuando los artesanos estaban fundiendo al último de los soldados, se les terminó el plomo y tuvieron que dejarlo sin una pierna.
El pequeño no se entristeció por ello, pero decidió colocarlo en el sitio más especial en su habitación: lo situó frente a uno de sus mejores juguetes, un hermoso castillo de papel donde vivía una bella bailarina vestida con un delicado vestido de tul rosa. La bailarina estaba apoyada sobre una sola pierna con sus brazos estirados, lucía tan bella que el soldadito al verla ni siquiera reparó en que se trataba de un pose de ballet y creyó que le faltaba una pierna, al igual que a él.
Desde entonces cuando el pequeño se iba a dormir, el soldadito pasaba largas horas mirando a la bailarina, ajeno al resto de los juguetes de la habitación. De hecho, mientras los demás juguetes saltaban y se divertían, el soldadito solo tenía ojos para su bailarina:
– ¡Es tan bella y se parece tanto a mí! – pensaba el soldadito cada vez que la veía.
Sin embargo, entre los juguetes había uno muy singular que no le perdía pie ni pisada al soldadito de plomo. Se trataba de un duende encerrado en una caja sorpresa, desde la que solía saltar para asustar a todos los juguetes que se acercaran. Un día, el mal humorado duende le dijo al soldadito:
– ¿Por qué me miras fijamente?
El soldadito no le contestó, prefirió desviar la mirada y mantener la compostura.
– ¡Ah! ¿Te crees muy listo? ¡Atente a las consecuencias! – amenazó el duende al soldadito.
Aquel incidente no habría tenido mayor trascendencia de no haber sido porque una tarde, el niño decidió cambiar de lugar al soldadito de plomo situándolo con el resto de sus compañeros, para que fuesen a luchar al frente. Mientras los iba organizando, colocó al soldadito de plomo en el borde de la ventana. Y, misteriosamente, cuando el niño levantó la mirada, el soldadito ya no estaba. Buscó por todos los rincones de su habitación pero no encontró al soldado, y pensó que tal vez podría haberse caído a la calle con una ráfaga de viento.
Sin embargo, en realidad había sido el duende de la caja sorpresa que lo había lanzado por la ventana sin que nadie lo viera. El pequeño no pudo bajar a buscar al soldadito porque había mal tiempo y la lluvia azotaba con fuerza la fachada de su casa:
– Cuando cese la lluvia lo buscarás – le dijo su madre.
Pero unos niños, que estaban jugando en la calle bajo la lluvia, se adelantaron y encontraron al soldadito bajo la ventana. Entusiasmados, decidieron jugar con él:
– ¡Le haremos un barco de papel para que navegue! – propuso uno de los niños.
De este modo, cogieron un periódico viejo, hicieron un barquito y, aprovechando que la lluvia había formado pequeños riachuelos en las aceras, colocaron al soldadito sobre el barco de papel para que navegara por ellos. Rápidamente el soldadito terminó dentro de una alcantarilla.
– ¡Dios mío! ¿A dónde iré a parar? ¿Qué será de mí? Nada de esto me importaría si estuviera conmigo la hermosa bailarina – pensó abatido el soldadito.
Mientras tanto, el barquito, que era de papel, se iba deshaciendo, por lo que el soldadito terminó siendo arrastrado con fuerza por el agua. Así continuó navegando sin poder detenerse, hasta que llegó al mar. Poco antes de que el soldadito llegase al fondo, un pez muy grande se lo tragó. Dentro del pez solo había silencio y oscuridad, pero el soldadito era valiente y no tenía miedo.
Muy pronto se durmió en el estómago del pez. Sin embargo, poco duró su tranquilidad porque el pez había sido pescado y ya estaba rumbo al mercado de la ciudad.
La buena suerte quiso que la madre del niño decidiera que ese día iba a cocinar pescado fresco, así que marchó al mercado y compró aquel pez. Cuando llegó a casa y se puso a limpiar el pescado, descubrió que en su interior había un soldadito de plomo muy parecido al que había perdido su hijo. Inmediatamente llamó al niño para darle la buena noticia.
El pequeño estaba muy contento por tener de nuevo al soldadito, lo colocó en su escritorio, justo frente a la ventana y bajó a cenar. Un momento después, una fuerte ráfaga de viento abrió con fuerza la ventana y lanzó al soldadito de plomo directo a la chimenea de la habitación que se encontraba encendida.
El pobre soldadito, comenzó a derretirse lentamente bajo el calor de las llamas. Sentía mucho dolor pero como podía ver a su bailarina, se sintió aliviado. De pronto, una nueva ráfaga de viento empujó a la bailarina de papel hacia el fuego y, en un singular revoloteo que parecía una magnífica función de ballet, la bailarina terminó junto al soldadito en las llamas. Sin embargo, tuvieron el tiempo suficiente para mirarse antes de que el fuego terminara de devorarlos.
A la mañana siguiente, cuando el fuego ya se había apagado, el niño encontró bajo las cenizas un pedazo de corazón de plomo fundido, que parecía lanzar destellos de purpurina y telas de tul y seda.
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