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Cuento infantil: "El lobo y los siete cabritillos" para leer online

Descubre el cuento de "El lobo y los 7 cabritos" para leer a los niños.

Cuento infantil:

El cuento “El lobo y los siete cabritos”, también conocido como “El lobo y los siete cabritillos” es un cuento infantil escrito por los hermanos Grimm. Se trata de una historia que transmite una enseñanza importante para los niños: no deben confiar en los extraños porque las apariencias engañan.

Cuento infantil: El lobo y los siete cabritos

Cuento infantil: El lobo y los siete cabritosbrgfx/Freepik

El lobo y los siete cabritillos, una historia para leer antes de dormir

En una bonita casita del bosque vivían siete cabritos y su mamá cabra. Un día la mamá cabra tuvo que irse de compras al pueblo y les dijo a sus pequeños:

– Hijos míos, voy a hacer las compras al pueblo y cuando regrese daremos un paseo por el campo. Os traeré esas ricas golosinas que tanto os gustan.

Los cabritos respondieron a coro:

– Está bien, mamá. Esperaremos a que regreses.

Justo antes de salir de casa, la mamá cabra les advirtió:

– Mientras esté fuera de casa, no abráis la puerta, ¿está bien?

Y los cabritos obedientes, le respondieron:

– Sí, mamá, no le abriremos la puerta a nadie.

Sin embargo, lo que no sabía la madre cabra es que fuera de casa, escondido detrás de un árbol, se encontraba un temible lobo al acecho. Cuando el lobo vio que la cabra salía con su bolso y dejaba solos a sus cabritos, vio solucionado el problema de su cena.

Minutos más tarde, el lobo se acercó a la casa, tocó a la puerta, TOC TOC TOC, y dijo:

– Soy vuestra mamá y os traigo rica comida. ¿Podéis abrirme la puerta?

Los cabritos reconocieron la voz del lobo y gritaron:

– NOOO… tú no eres nuestra madre, no tienes su voz. ¡Eres el lobo!

El lobo se fue decepcionado pero puso en marcha su ingenio. Se acercó a una granja que había cerca y se comió docenas de huevos para aclarar su voz. Luego volvió a la casa de los cabritos, TOC TOC TOC, y con voz suave dijo:

– Niños, soy vuestra mamá, ¿podéis abrirme la puerta?

Sin estar convencidos de que era su madre, los cabritos le dijeron:

– Si eres nuestra madre, entonces enséñanos tu pata.

El lobo no dudó en enseñarles su pata negra y peluda por debajo de la puerta. Y los cabritos le dijeron:

– NOOOO… tú no eres nuestra madre, ella tiene las patas blancas y tú las tienes negras. ¡Eres el lobo!

Contrariado, el lobo se dirigió a la casa de un molinero y le pidió un saco de harina. Metió sus patas en la harina para que se blanquearan y se dirigió de nuevo a la casa de los cabritos, TOC TOC TOC:

– Niños, soy vuestra mamá y os traigo comida muy rica del pueblo. ¡Abrid la puerta!

Los cabritillos volvieron a decirle:

– Si eres nuestra madre, entonces enséñanos tu pata.

El lobo enseñó su pata bien rebozada en harina por debajo de la puerta y los cabritos le dijeron:

– ¡Esta vez sí que eres mamá! – Y abrieron la puerta.

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Grande fue su susto cuando al abrir la puerta vieron al lobo. Pero no les dio tiempo a hacer nada, el lobo entró rápidamente en la casa y empezó a correr para alcanzar a los cabritos. Los hermanos salieron corriendo y se escondieron cada uno en un sitio distinto: el mayor se metió debajo de la mesa, el segundo debajo de la cama, el tercero se escondió en la estufa, el cuarto en la cocina, el quinto dentro del armario, el sexto bajo el fregadero y el séptimo se metió en la caja del reloj de pared.

Sin embargo, el lobo los fue encontrando uno tras otro y no se anduvo con miramientos. Iba devorándolos a medida que los encontraba. No obstante, no pudo encontrar al más pequeño que se había escondido en la caja del reloj. Una vez que el lobo hubo saciado su apetito, se alejó muy despacio hasta un prado verde, se tendió debajo de un árbol y se quedó dormido.

Al poco rato regresó mamá cabra. Inmensa fue su sorpresa cuando encontró la puerta de casa abierta de par en par; la mesa, las sillas y los bancos tirados por el suelo; las mantas y la almohada por doquier y el fregadero hecho trizas. Buscó a sus hijos pero no pudo encontrarlos por ninguna parte. Los llamó a todos por sus nombres, pero nadie respondió. Hasta que, al acercarse a donde estaba el más pequeño, pudo escuchar su melodiosa voz:

– Mamá, estoy dentro en la caja del reloj.

La madre lo sacó de allí y el pequeño cabrito le contó lo que había sucedido, diciéndole que había visto todo desde su escondite y que, por pura casualidad el lobo no lo encontró. La mamá cabra lloró desconsoladamente por sus pobres hijos.

Luego, muy angustiada, salió de casa seguida por su hijito. Cuando llegó al prado, encontró al lobo tumbado junto al árbol roncando tan fuerte que hasta las ramas se estremecían. Lo miró de pies a cabeza y notó que algo se movía y pateaba en su abultado vientre.

– ¡Oh Dios mío! -pensó-, ¿será posible que mis hijos vivan todavía?

Entonces mandó al cabrito que fuera a la casa a buscar unas tijeras, aguja e hilo. Luego le abrió la barriga al lobo y, nada más dar el primer corte, el primer cabrito asomó la cabeza por la abertura y, a medida que seguía cortando, fueron saliendo dando brincos los seis cabritos, que estaban vivos y no habían sufrido ningún daño porque el lobo con su gran apetito se los había tragado enteros. Los cabritos se abrazaron a su madre y saltaron de alegría pues pensaban que nunca más la verían. Pero la cabra dijo:

– Ahora id a buscar unos piedras grandes. Con ellos llenaremos la barriga del lobo mientras está dormido.

Los siete cabritos trajeron a toda prisa las piedras y se las metieron en la barriga al lobo. Luego la mamá cabra cosió el agujero con hilo y aguja, y lo hizo tan bien que el lobo no se dio cuenta de nada y ni siquiera se movió.

Cuando el lobo se despertó, se levantó y se dispuso a caminar, pero como las piedras que tenía en la barriga le daban mucha sed, se dirigió hacia un pozo para beber agua. Cuando echó a andar y empezó a moverse, las piedras de su barriga chocaban unas contra otras haciendo mucho ruido. Entonces el lobo exclamó:

– ¿Qué es lo que suena en mi barriga? Seis cabritos creí haber comido y en piedras se han convertido.

Al llegar al pozo se inclinó para beber, pero el peso de las piedras era tanto que lo arrastraron al fondo del pozo. Los siete cabritos se sintieron por fin a salvo y aprendieron la valiosa lección de que las apariencias engañan y de que hay que tener cuidado.

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