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Cuento infantil: La leyenda del ave Fénix

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ave fenix
Jennifer Delgado

Jennifer DelgadoEducadora, psicóloga y psicopedagoga

La leyenda del ave Fénix es, sin duda, una de las historias mitológicas más famosas de todos los tiempos. Los orígenes de esta emblemática criatura de fuego que es capaz de renacer de sus propias cenizas no están del todo claros, han ido tomando forma en las diferentes culturas, adaptándose a las creencias de cada región. De ahí, que hoy día existan múltiples versiones de esta leyenda, a pesar de que su esencia permanece inmutable. El mito hace referencia a nuestra resiliencia, esa capacidad que todos tenemos para encontrar soluciones ante las situaciones adversas de la vida y salir fortalecidos de ellas, una enseñanza que todos los niños deberían aprender desde pequeños.

¿Cómo describe la leyenda al ave Fénix?

Según cuenta la mitología, el Fénix es un ave grande con plumas de color púrpura, naranja y dorado que parecen llamas y un pecho rojo carmesí impresionante. Es la única ave que vive 500 años. Lo curioso de su historia es que cuando se acerca al final de su vida, se construye un nido y, cuando el fin es inminente, empieza a golpear su pico contra una roca para provocar llamas. Entonces, agita las alas para agitar el fuego y quemar el nido mientras se coloca encima, lista para morir.

El fuego lo devora todo en un impresionante espectáculo de colores y, cuando ya no queda nada porque todo ha sido reducido a cenizas, nace un nuevo nido y en él, aparece una nueva ave Fénix que resurge de entre sus propios restos.

Una leyenda muy antigua y con múltiples influencias

La leyenda del ave Fénix se remonta a varios siglos. De hecho, se pueden encontrar referencias tempranas a su mitología tanto en la poesía árabe, como en la cultura grecorromana e incluso en gran parte del legado histórico de Oriente. Por ejemplo, en China se conoce el Fénix o el Feng Huang que simboliza no solo la más alta virtud, el poder o la prosperidad, sino que además, también representa el yin y el yang, la dualidad que conforma todo lo que existe en el universo. También existe en la cultura japonesa, a la que se le conoce como Ho-oo, en la cultura rusa como el Pájaro de Fuego, en la iraní en forma del Simrug, en la árabe como el anqa e incluso, en la tradición de los indios de Norteamérica en la que toma forma de Yel y en la de los Aztecas, Mayas y Toltecas como el Quetzalcoatl.

No obstante, vale puntualizar que es en el Antiguo Egipto donde aparecen los primeros testimonios culturales y religiosos sobre esta figura que han llegado hasta nuestros días. Una leyenda que ha sido enriquecida con los aportes que cada cultura le ha impregnado a su paso por su tradición y costumbres más ancestrales. De hecho, el nombre que conocemos hoy en realidad proviene del latín Phoenix que, a su vez, se refiere al griego φοῖνιξ (pronunciado foínix), que significa palmera o color de sangre. Lo que demuestra la gran influencia que ejerció la cultura grecorromana en la conservación y transmisión de esta historia tan antigua.

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La leyenda del ave Fénix

Cuenta la leyenda que en el jardín del Paraíso, bajo el árbol de la sabiduría, crecía un rosal. En su primera rosa nació un pájaro; su vuelo era como un rayo de luz, magníficos sus colores, arrobador su canto.

Sin embargo, cuando Eva cogió el fruto de la ciencia del bien y del mal, y cuando ella y Adán fueron arrojados del Paraíso, de la flamígera espada del ángel cayó una chispa en el nido del pájaro y le prendió fuego.

El animalito murió abrasado, pero del rojo huevo salió volando otra ave, única y siempre la misma: el Ave Fénix. Cuenta la leyenda que anida en Arabia, y que cada cien años se da la muerte abrasándose en su propio nido; y que del rojo huevo sale una nueva ave Fénix, la única en el mundo.

El pájaro vuela en torno a nosotros, rauda como la luz, espléndida de colores, magnífica en su canto. Cuando la madre está sentada junto a la cuna del hijo, el ave se acerca a la almohada y, desplegando las alas, traza una aureola alrededor de la cabeza del niño. Vuela por el sobrio y humilde aposento, y hay resplandor de sol en él, y sobre la pobre cómoda exhalan, su perfume unas violetas.

Pero el Ave Fénix no es sólo el ave de Arabia; aletea también a los resplandores de la aurora boreal sobre las heladas llanuras de Laponia, y salta entre las flores amarillas durante el breve verano de Groenlandia. Bajo las rocas cupríferas de Falun, en las minas de carbón de Inglaterra, vuela como polilla espolvoreada sobre el devocionario en las manos del piadoso trabajador. En la hoja de loto se desliza por las aguas sagradas del Ganges, y los ojos de la doncella hindú se iluminan al verla.

¡Ave Fénix! ¿No la conoces? ¿El ave del Paraíso, el cisne santo de la canción? Iba en el carro de Thespis en forma de cuervo parlanchín, agitando las alas pintadas de negro; el arpa del cantor de Islandia era pulsada por el rojo pico sonoro del cisne; posada sobre el hombro de Shakespeare, adoptaba la figura del cuervo de Odin y le susurraba al oído: ¡Inmortalidad! Cuando la fiesta de los cantores, revoloteaba en la sala del concurso de la Wartburg.

¡Ave Fénix! ¿No la conoces? Te cantó la Marsellesa, y tú besaste la pluma que se desprendió de su ala; vino en todo el esplendor paradisíaco, y tú le volviste tal vez la espalda para contemplar el gorrión que tenía espuma dorada en las alas.

¡El Ave del Paraíso! Rejuvenecida cada siglo, nacida entre las llamas, entre las llamas muertas; tu imagen, enmarcada en oro, cuelga en las salas de los ricos; tú misma vuelas con frecuencia a la ventura, solitaria, hecha sólo leyenda: el Ave Fénix de Arabia.

En el jardín del Paraíso, cuando naciste en el seno de la primera rosa bajo el árbol de la sabiduría, Dios te besó y te dio tu nombre verdadero: ¡poesía!

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