Educación

Cuento infantil: Los músicos de Bremen

Un cuento lleno de enseñanzas para leer con los más pequeños de casa

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Los músicos de Bremen
Jennifer Delgado

Jennifer DelgadoEducadora, psicóloga y psicopedagoga

Escrito originalmente por los hermanos Grimm, el cuento narra la historia de cuatro animales que sabiéndose viejos para realizar sus antiguos trabajos deciden emprender un viaje a Bremen para volver a ser útiles y dedicarse a lo que más les gusta ¡la música! Antes de llegar se encuentran con unos ladrones que pretenden interponerse en su camino, si se lo permiten. Una historia sencilla pero llena de sabiduría que enseñará a los niños a seguir siempre fiel a sus metas y sueños, a no perder nunca la esperanza y a no dejarse vencer.

Los músicos de Bremen, una versión para animar a los niños a no dejarse vencer

Había una vez un asno que vivía con un molinero. El asno trabajaba para él y a cambio el hombre le daba cobijo, hierba fresca y lo trataba con respeto. Su tarea diaria era transportar el maíz al molino y, una vez triturado, llevar los sacos de harina al mercado para que el molinero los pudiese vender. Durante años el asno realizó esta dura tarea sin rechistar, pero llegó un momento en que empezaron a fallarle las fuerzas y empezó a hacerse cada vez más torpe. ¡Estaba envejeciendo y no podía hacer nada para evitarlo!

Una tarde de verano escuchó por casualidad una conversación entre el amo y su esposa.

– Querida, nuestro asno siempre ha sido un animal leal y trabajador, pero está claro que ya no nos sirve como antes. Me da mucha pena, pero no tengo más remedio que sustituirlo por otro más joven y sano.

El asno se quedó petrificado y empezó a temerse lo peor.

– Mi dueño es capaz de dejarme abandonado en un vertedero o venderme al primero que pase. ¡Será mejor que me vaya cuanto antes!

No tenía pertenencias, así que a la mañana siguiente abandonó su hogar y puso rumbo a la próspera ciudad de Bremen con la idea de convertirse en músico, una profesión que siempre le había gustado. Tomó la senda que atravesaba el bosque y, como sus huesos ya no estaban para muchos trotes, fue avanzando despacito, con cuidado para no tropezar. Llevaba una media hora de caminata cuando vio tumbado a los pies de un árbol a un perro flaco que le dio muchísima lástima.

– ¡Buenos días, amigo! ¿Qué haces ahí tirado? ¿Acaso te encuentras mal?

El pobre tenía el ánimo por los suelos.

– ¡Me siento muy mal! A causa de una enfermedad perdí mi mejor virtud: el sentido del olfato.

– ¿Y qué problema hay con eso?

– Pues que mi dueño me expulsó de la finca porque ya no sirvo para cazar.

El asno entendió esa terrible sensación de desamparo ya que su situación era idéntica. Sintió una enorme compasión.

– Bueno, no te preocupes. A mí acaba de pasarme algo similar, pero no pienso rendirme. Verás, me dirijo a Bremen porque tengo entendido que es buen lugar para vivir. Mi idea es hacerme con un laúd para dedicar los próximos años a cumplir mi gran sueño.

– ¿Ah, sí? ¿Y cuál es ese anhelo?

– ¡Ser músico!

El perro abrió los ojos como platos.

– ¡Qué maravilla! Aunque no lo creas, yo soy especialista en instrumentos de percusión. Para desgracia de mis vecinos, cuando era joven me pasaba el día tocando ese instrumento.

– ¡¿Lo dices en serio?!

– ¡Por supuesto! ¿Por qué iba a mentirte?

– Entonces por qué no me acompañas. ¡Podríamos formar un dúo musical!

El perro se levantó de un salto, se sacudió las briznas de hierba del cuerpo, y exclamó:

– ¡Oh, qué emoción! Muchas gracias por contar conmigo. ¡Estoy listo para irnos cuando quieras!

Charlando animadamente, asno y perro retomaron el sendero hasta que llegaron a un arroyo. El asno puso cara de terror al ver la espumosa corriente de agua.

– ¡Oh, qué desgracia ¡No soporto el agua fría en las pezuñas y no sé nadar!

El perro miró a su alrededor.

– ¡No hay problema! A unos metros de aquí hay un antiguo puente de madera que nos permitirá alcanzar la otra orilla sin mojarnos.

El asno respiró aliviado.

– ¡Menos mal! Pensé que tendría que poner fin a mi aventura.

Para evitar el vértigo se concentraron en caminar por el puente con la mirada fija al frente. Cuando casi llegaban al final, descubrieron que sobre el puente dormitaba un escuálido gato. Cuando el minino notó que alguien se acercaba, abrió sus ojos soñolientos y les saludó con amabilidad.

– No os conozco, pero sed bienvenidos a este lado del bosque.

Por el tono desanimado de sus palabras se dieron cuenta de que el gatito estaba pasando por una mala racha. El perro se acercó y le preguntó:

– ¿Podemos ayudarte? Dinos si necesitas nuestra ayuda.

El gato hizo un gesto de disgusto.

– Tengo una edad avanzada y, como ya no puedo atrapar ratones, la mujer que me cuidaba se deshizo de mí como si fuera un objeto de usar y tirar. Hace semana que apenas como, me siento débil y lo que es peor, muy solo.

El asno emitió un quejido y el perro a punto estuvo de aullar de desconsuelo al escuchar la triste historia, tan parecidas a la suyas.

– Los humanos suelen ser muy desagradecidos, pero no sufras porque tu suerte acaba de cambiar. Mi amigo y yo vamos a Bremen para ser músicos. Estoy convencido de que tú podrías tocar algún instrumento de cuerda con esas uñas largas y afiladas que tienes. Él tocará el laúd, pero puedes elegir cualquier otro que te guste.

En cuanto escuchó la propuesta, el gato saltó sobre él para darle un abrazo.

– ¡Oh, amigo perro, claro que me apunto! Mi padre me enseñó a amar la música desde muy pequeño y gracias a sus sabias lecciones, la guitarra se me da bastante bien. ¡Será un placer unirme a vosotros!

Por esas cosas que tiene el azar, el dúo acababa de transformarse en un trío. El trío más breve de la historia de la música ya que minutos más tarde dejaron de serlo para convertirse en ¡un cuarteto! Poco habían avanzado cuando fueron testigos de algo insólito: de repente, como salido de la nada, un gallo los adelantó a toda velocidad, sacudiendo las alas y dando unos alaridos que puso a todos los pelos de puntas. El asno lo llamó:

– ¡Eh, para, por favor! ¿Por qué corres como si te estuviera persiguiendo el diablo?

El ave frenó en seco y se giró hacia ellos con el rostro desencajado.

– La granja donde vivo ya no es segura porque el dueño quiere hacer una sopa conmigo. ¡Una sopa! El muy desgraciado dice que como ya soy viejo solo sirvo para dar sabor al caldo. ¡Decirme eso a mí que trabajé durante años cantando cada mañana para dar la bienvenida al sol y despertar a todo el mundo!

El gato, solidarizándose con el gallo, habló en nombre de todos.

– Entendemos tu disgusto. ¡Menuda injusticia!

– ¡Es que no merezco un final tan desagradable!

– Desde luego que no, pero tranquilízate un poco que quiero proponerte algo.

– ¿A mí?

–  Sí, a ti.  Verás, nosotros tres acabamos de conocernos y vamos a Bremen a trabajar como músicos. Se me ocurre que tú podrías ser el cuarto miembro de la banda.

El gallo respondió con absoluta franqueza:

– ¿Ser músico? ¿Yo? No puedo, lo siento, no sé tocar ni las maracas.

El asno le guiñó un ojo.

–  Ya, pero tienes dotes para cantar y resulta que nos falta la voz principal.

El gallo se puso a dar saltos de alegría.

– ¡Eso es cierto! Cantar ha sido mi profesión desde que nací, y aunque esté mal que lo diga, poseo una voz de tenor envidiable.

Los tres se miraron sonrientes y el asno dio el visto bueno a su admisión.

– ¡Que no se hable más, te vienes con nosotros!

Como si se conocieran desde la infancia, el asno, el perro, el gato y el gallo se pusieron en marcha eufóricos y dispuestos a comerse el mundo en cuanto llegaran a Bremen.

La noche les pilló por sorpresa y justo cuando se escondía el último rayo de sol, en un claro del bosque, vieron una casa. El asno pensó que eso sí era suerte.

– ¡Crucemos los dedos para que esté abandonada! En ese caso quizá podamos refugiarnos y pasar la noche.

Estaban cansados y necesitaban reponer fuerzas, pero al acercarse comprobaron que la casa no estaba vacía. El asno, por ser el más alto y robusto, se asomó sigilosamente a la única ventana iluminada. Tras echar una rápida ojeada al interior, susurró a sus compañeros:

– ¡No os lo vais a creer, pero os digo que ahí dentro hay siete hombres dándose el banquete del siglo! Por su aspecto diría que son ladrones y que esa comida la han robado en alguna posada esta misma tarde.

Mientras hablaba, un intenso olor a asado empezó a salir por las rendijas, haciendo salivar a los hambrientos animales. El asno supo que no podían dejar pasar semejante oportunidad.

– ¡Echaremos a esos bribones y la comida será para nosotros! ¿Estamos de acuerdo?

Los tres asintieron y el gato pregunto:

– ¡Cuéntanos cómo lo haremos!

El asno explicó paso a paso la estrategia a seguir.

– Yo pondré las patas delanteras sobre la ventana y vosotros os subiréis sobre mi lomo formando una torre. Cuando estemos listos, agitaré las orejas. Será la señal para empezar a chillar lo más fuerte que podamos y entraremos todos a la vez. El objetivo es asustarlos y que salgan huyendo como ratas.

¡El plan era genial y no había tiempo que perder! Uno a uno se fueron apilando, del más grande al más pequeño, tal y como habían convenido: sobre el asno el perro, sobre el perro el gato, y sobre el gato el gallo. Una vez hecha la torre, el asno sacudió sus largas orejas y los cuatro se pusieron a vociferar como locos. El asno rebuznó, el perro ladró, el gato maulló y el gallo emitió las notas más agudas que supo soltar. ¡Montaron un escándalo tan monumental que los ladrones a punto estuvieron de morirse del susto!

Pero es que además los animales rompieron el cristal de la ventana con sus cabezas y entraron como elefantes en una tienda. Los forajidos salieron corriendo sin parase a comprobar quiénes eran los terroríficos invasores. Atrás dejaron sus pertenencias y la comida todavía caliente a disposición de los nuevos inquilinos.

El asno, que había sido la cabeza pensante, reconoció el buen trabajo en equipo.

– ¡Han caído en la trampa, enhorabuena amigos!

Se abrazaron entusiasmados, radiantes de felicidad.

– ¡Y ahora, a celebrar la victoria! Llevamos una eternidad con la garganta seca y el estómago vacío. ¿A qué esperamos para comer y beber hasta reventar?

El asno, el perro, el gato y el gallo tenían tanta hambre que devoraron con placer las humeantes y exquisitas viandas servidas en grandes bandejas sobre el mantel. ¡Una auténtica delicia! A la cena le siguió una larga sobremesa donde abundaron las risas y un ambiente de lo más amistoso. Eso sí, cuando el reloj de pared marcó las doce, el asno bostezó, contagiando a los demás.

– Ya es medianoche y creo que debemos irnos a dormir.

El grupo estuvo de acuerdo, y cada uno se sintió libre de elegir el rincón que le pareció más confortable. El asno, amante del aire libre, salió de la casa y se dejó caer sobre el estiércol cerca de la entrada mientras que el perro, acostumbrado a realizar labores de vigilancia, eligió acomodarse detrás de la puerta principal. Como era de esperar, el gato prefirió un sitio más calentito y se tumbó sobre las cenizas aún templadas de la chimenea apagada. En cambio, al gallo, se subió a una viga porque estaba habituado a dormir en las alturas desde que era un polluelo. Estaban literalmente agotados y en nada se quedaron dormidos.

En tanto los animales dormían, los ladrones se vieron obligados a alejarse y pasar la fría noche a la intemperie. El jefe de la banda no podía consentir tal humillación y retomó el control de la situación.

– Hemos escapado como cobardes y ahora estamos tirados en el bosque, sin comida y sin botín. ¡Debemos actuar cuanto antes para recuperar lo que es nuestro!

Con el ceño fruncido se dirigió al más fornido de sus secuaces.

– ¡Eh, tú, grandullón! Ve a ver qué se cuece por allí. Quiero saber cuántos son y si van armados. Cuando traigas la información, tomaré una decisión. ¡Vamos, date prisa y no tardes en regresar!

– ¡Ya voy, señor!

El rudo maleante acató el mandato y fue corriendo hasta la casa. Estaba a oscuras y en silencio, por lo que pensó que lo más probable era que los intrusos ya se hubieran ido. Giró la manija de la puerta, entró en la estancia y en medio de la penumbra solamente distinguió un par de pequeñas luces.

– Esas lucecitas deben ser trozos de leña de la chimenea que todavía no se han apagado. Lo mejor será reavivar el fuego para que cuando regresemos a casa esté calentita.

El ladrón ni se imaginaba que lo que brillaba en realidad eran los ojos del gato y, lógicamente, se acercó a la chimenea con total despreocupación. En el mismo instante en que fue a encender un fósforo, el felino saltó sobre él y le arañó el rostro asustado.

– ¡Ay, ay, ay! ¡¿Qué es eso que acaba de abalanzarse sobre mí?!

Con un horrible escozor en la piel y prácticamente a ciegas echó a correr hacia la puerta con la intención de escapar, pero al abrirla notó un dolor intenso en el tobillo.

– ¡Oh, no! ¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Ayuda!

Debido a la oscuridad no podía saber que era un perro que le estaba mordiendo con sus puntiagudos colmillos.

– ¡Seas quien seas, suéltame, por favor!

Tras unos segundos de forcejeo el perro aflojó la mandíbula y el ladrón logró escabullirse.

– ¡Esto es escalofriante!

Salió de la casa con heridas en el rostro y cojeando, pero su tragedia no había terminado: al pasar por el estercolero, el asno se le acercó por detrás y le propinó una coz que lo lanzó por los aires hasta que fue a caer sobre un montón de piedras.

– ¡Me atacan! ¡Esta casa está dominada por monstruos!

El delincuente, lleno de magulladuras, consiguió levantarse y escapar. Mientras, escuchaba a lo lejos un sonido chirriante que no podía identificar. Obviamente, era el gallo cantando en falsete para distorsionar su voz natural y dar más miedo.

– ¡Kikiriki! ¡Kikirikí! ¡Kikirikí!

La pandilla de ladrones vio regresar a su compinche casi arrastrándose y completamente maltrecho. El cabecilla horrorizado, le preguntó:

– Pero, ¡¿qué te ha pasado?!

– ¡Ay, jefe, esa casa está encantada, se lo digo yo!

– ¿Encantada?

– ¡Sí, sí, se lo aseguro! Una bruja me clavó las uñas en las mejillas, una alimaña peluda hundió un cuchillo en mi tobillo izquierdo, un gigante me aporreó con un mazo que me hizo volar, y un bicharraco que no logré identificar voceaba para que me fuera. ¡Ha sido espeluznante!

Los miembros de la banda se estremecieron al escuchar el relato y comprobar el mal estado en que se encontraba su colega. El jefe no dudó en dictaminar la retirada inmediata.

– La casa ha sido ocupada por seres horripilantes y no somos suficientes para enfrentarnos a ellos.  En cuanto amanezca partiremos hacia el norte del país, una zona que conozco bien y donde no hay bestias nocturnas.

Así lo dijo y así lo hicieron. Con la primera luz del día los ladrones se fueron para nunca volver, y los cuatro animales se quedaron libres de amenazas. La casa era tan linda, amplia y confortable, que esa misma mañana decidieron instalarse en ella, empezaron a fabricar sus propios instrumentos, formaron una pequeña orquesta familiar y disfrutaron tocando música para todo el que pasara por allí y los quisiera escuchar.

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