3 cuentos largos para leerles a los más pequeños de casa
La magia de los cuentos largos: abriendo mundos de imaginación y aprendizaje en cualquier momento
Los cuentos infantiles son los mejores amigos de los niños. No solo estimulan su imaginación y dan rienda suelta a su creatividad, sino que pueden convertirse en un recurso excelente para viajar por el mundo y descubrir otras culturas sin salir de casa. Esto además de ejercitar su lenguaje, ampliar su vocabulario y ayudar a familiarizarlos con la lengua materna. Por supuesto, también son un buen recurso para fomentar tiempo de calidad en familia y contribuir a estrechar los lazos con los padres, a la vez que son muy socorridos para ayudar a “matar” esas largas horas de ocio o para ayudarles a conciliar antes el sueño.
Por tanto, ya sea que tu hijo es un apasionado de la lectura o quieras comenzar a inculcarle el gusto por este hábito, las vacaciones de verano pueden convertirse en la oportunidad perfecta para proponerles nuevos títulos que llamen su atención y les hagan pasar un rato diferente y entretenido. En Etapa Infantil somos conscientes de cuán complejo puede llegar a ser elegir cuentos infantiles para los niños, por eso hemos hecho una selección de tres cuentos largos que seguramente adorarán.
Cuentos infantiles largos para los niños
Los cuentos largos pueden ser un buen aliado para entretener a los niños durante los viajes, pero también para leerles durante las tardes de verano. He aquí tres títulos infantiles con los que seguramente se quedarán con ganas de más.
1. Las orejas del rey Augusto
Al sur de Alemania, en una región llamada Baviera, reinaba hace muchísimos años un rey que se llamaba Augusto.
Era un rey muy querido por todos sus súbditos, pero tenía un extraño comportamiento que todos conocían y al que nadie encontraba explicación. Resulta que siempre llevaba una túnica sobre la cabeza para proteger su pelo y solo se lo cortaba una vez al año. Para el día elegido, el rey hacía un sorteo público en su reino y entonces decidía quién tendría el honor de ser su peluquero por un día.
Sin embargo, lo más extraño de esta costumbre era que la persona encargada de esta tarea jamás volvía a su casa. En su lugar llegaba una bolsa de oro a la familia, pero no volvían a saber del peluquero. Era como si la tierra se lo tragase. Después de cortar el pelo al rey, nadie volvía a saber de esa persona porque el rey Augusto lo hacía desaparecer. Por supuesto, como era de esperar cuando se acercaba ese día, todos los súbitos comenzaban a estar nerviosos porque sabían que si eran elegidos nunca más volverían a sus hogares.
¿A qué se debía este extraño comportamiento? Nadie lo sabía, pero la razón era que el rey tenía unas orejas enormes, feas y puntiagudas, como las de un elfo y no quería que nadie lo descubriera. Tenía el secreto tan bien guardado que cuando llegaba el día de cortarse el pelo quería evitar que el rumor se expandiese por todo el reino, de manera que después de hacer el trabajo encerraba a su peluquero en una mazmorra de por vida.
Sin embargo, un año el “agraciado” que ganó el sorteo fue un joven campesino llamado Marcos que, sin quererlo, fue conducido hasta una habitación recóndita del palacio donde el rey le estaba esperando.
– Adelante. Este año has sido tú el elegido para cortarme el cabello.
Marcos, nervioso y con ganas de salir huyendo, vio cómo el rey se quitaba muy lentamente la túnica de su cabeza y al momento comprendió por qué el rey actuaba de esa manera. Sintió un pánico que le recorrió todo el cuerpo y quiso escapar de inmediato, pero no tenía opción. Así que, sin otra alternativa, cogió las tijeras y empezó a cortarle el pelo al rey.
Cuando terminó, el rey se miró al espejo antes de volver a colocarse la túnica. En ese momento, Marcos se temió lo peor, así que no dudó en arrodillarse ante el rey y suplicarle entre lágrimas:
– Majestad, lo ruego que deje que me vaya. Tengo una familia a la que debo cuidar y proteger. Si no regreso ¿quién le proveerá alimento? ¿Quién llevará el dinero a casa?
– Lo siento mucho muchacho, pero ahora que conoces mi secreto sabes que no puedo dejarte en libertad, le dijo.
– Majestad, por favor ¡le prometo que nunca se lo contaré a nadie! Soy un hombre de palabra, se lo juro.
Al rey le pareció un hombre sincero y sintió pena por él.
– ¡Está bien, deja de llorar! Solo por esta vez voy a hacer una excepción y permitiré que te marches a tu casa con tu familia, pero espero que nunca le cuentes a nadie el secreto de mis orejas o no podrás escapar de mi. Te advierto, si lo cuentas, iré a por ti y el castigo que recibirás será terrible ¿lo has entendido?
– ¡Gracias, su majestad! Le prometo que no lo contaré nunca y me llevaré el secreto a la tumba.
Así, el joven campesino se convirtió en el primero en salir sano y salvo tras haber visto las horribles orejas del rey. Entonces, volvió corriendo a su hogar con su familia.
Se sentía muy feliz y afortunado porque el rey le había liberado. Sin embargo, a medida que pasó el tiempo empezó a encontrase mal porque le resultaba insoportable tener que guardar un secreto tan importante que sabía podía acabar con la vida de otros del pueblo. ¡Le torturaba no poder contárselo a nadie!
Poco a poco el secreto se convirtió en una obsesión en la que no dejaba de pensar en ningún momento del día. Esto no solo afectó su mente, sino que su cuerpo también se fue debilitando como si de una planta mustia y sin agua se tratase. Así que una mañana no pudo más y se desmayó.
Su esposa llevaba un tiempo viendo que a su marido le pasaba algo raro, pero ese día comprendió que había caído gravemente enfermo. Desesperada fue a buscar al médico, el hombre más sabio del pueblo, para que lo viera y le diera un remedio que pudiera curarlo.
El hombre la acompañó a la casa y vio a Marcos completamente inmóvil, encima de la cama y empapado en sudor. No tardó en darse cuenta de lo que sucedía y le dijo a la mujer:
– El problema de su marido es que guarda un secreto muy importante y ese gran peso está acabando con su vida. Solo podrá curarse si se lo cuenta a alguien.
La pobre mujer se quedó sin habla. No hubiese podido imaginar que su marido hubiese enfermado por culpa de un secreto.
– Créame señora, es la única alternativa y debe darse prisa antes de que sea muy tarde.
Tras decir esto, el médico se acercó al tembloroso Marcos y le habló al oído para que pudiera comprender bien sus palabras.
– Escúchame muchacho, te diré lo que tienes que hacer si quieres recuperarte: ponte una capa para protegerte del frío y ve al bosque. Una vez allí, busca el punto en el que se cruzan cuatro caminos y toma el que va a la izquierda. Encontrarás un roble enorme y a él le contarás el secreto. El árbol no se lo contará a nadie y tú habrás soltado ese secreto de una vez por todas.
El joven obedeció. A pesar de que estaba muy débil fue al bosque, encontró el roble y acercándose todo lo que pudo al tronco le contó en voz baja su secreto. De repente empezó a sentirse mejor, la fiebre desapareció, dejó de tiritar y recuperó la fuerza en su cuerpo ¡Estaba curado!
Unas semanas después, un fabricante de arpa que buscaba madera en el bosque vio el enorme roble y le llamó la atención.
– ¡Qué árbol tan impresionante! Esta madera es perfecta para fabricar un arpa. ¡Voy a talarlo!
Y así lo hizo. Cogió un hacha muy afilada y derribó el tronco. Luego, se llevó la madera al taller. Allí, con sus propias manos, fabricó un arpa hermosísima y se la llevó al músico que se la había encargado. El músico quedó prendado del instrumento y sin pensarlo dos veces se fue a recorrer el pueblo para deleitar con su música a todo aquel que quisiera escucharle. Las melodías eran tan bellas que rápidamente su fama traspasó fronteras.
Tal fue su popularidad que llegó a oídos del rey, quien un día le dijo a un sirviente:
– Esta noche daré un gran banquete. Encuentra a ese músico del que todos hablan y tráelo para que toque para mis invitados ¡Ve a buscarlo ahora mismo!
El sirviente obedeció y esa noche el músico se presentó con sus mejores galas ante la corte. Al finalizar la comida, el rey le pidió que tocase una pieza. El músico fue hasta el centro del salón y con mucha soltura puso sus manos sobre las cuerdas de su instrumento.
Sin embargo, algo inesperado sucedió. El arpa, confeccionada con la madera del roble que sabía el secreto del rey, no pudo callarse y empezó a decir:
¡DOS FEAS OREJAS TIENE EL REY AUGUSTO!
¡DOS FEAS OREJAS TIENE EL REY AUGUSTO!
El rey se quedó de piedra al escuchar lo que decía el arpa y rápidamente le invadió una gran vergüenza. Sin embargo, se dio cuenta que nadie se reía de él, por lo que pensó ya no tenía sentido seguir ocultando su secreto por más tiempo.
Así que, muy dignamente como corresponde a un monarca, se levantó del trono y se quitó la túnica para que todos vieran sus feas orejas. Los invitados se pusieron en pie y alabaron su valentía. En ese momento, el rey Augusto se sintió liberado y muy feliz. Y, a partir de ese día dejó de taparse la cabeza y no volvió a encerrar a nadie por cortarle el pelo.
2. El perro y los espejos
Había una vez un perro llamado Tico que vivía en una gran ciudad de Indonesia. Era un perro solitario, había perdido a su familia prácticamente al nacer y no tenía dueño, de manera que se dedicaba a vagar por las calles de la ciudad. Su principal afición era olfatear por todas las esquinas, en busca de algo para comer.
Su vida podía llegar a ser a veces tan solitaria que a menudo recurría a la imaginación para formarse una idea de cómo eran las cosas y cómo funcionaba el mundo más allá de lo que podía ver. Así, Tico se pasaba el día haciendo conjeturas de todo lo que pasaba delante de sus ojos.
Por ejemplo, si una señora lanzaba a la calle las sobras de su hamburguesa, Tico pensaba:
– ¡Qué gentil y generosa es esa mujer! Seguramente me ha visto pasar, se ha dado cuenta de que tengo hambre y ha decidido tirar parte de su comida para que me alimente.
O si un chico lanzaba un palo al aire, Tico sonreía y se decía para sus adentros:
– ¡Qué chico tan simpático! Ha lanzado el palo a lo lejos porque sabe que a los perros nos encanta jugar e ir tras los palos y pelotas. Seguramente quiere jugar conmigo y si sus padres lo dejasen hasta me adoptaría.
Tico veía la vida a su manera, siempre le daba la vuelta a todo lo que sucedía ante sus ojos y, así, a su manera, era feliz.
Sin embargo, un día sucedió algo. Mientras pasaba por delante de una verja que protegía un espléndido jardín vio que el portón de entrada estaba abierto, así que ni corto ni perezoso asomó la cabeza y se sorprendió con lo que vio.
– ¡Qué sitio tan bonito! ¡Y no parece peligroso! Entraré y daré una vuelta a ver si encuentro algo para comer.
Sin pensárselo dos veces Tico entró y se paseó libremente por la propiedad, entre árboles altísimos y flores exóticas que desprendían un olor impresionante. Después de andar un poco, llegó a un estanque lleno de pececitos y flores de nenúfares. Ante ese paisaje tan encantador comenzó a fantasear una vez más.
– ¡Qué belleza de sitio! Tiene que ser el paraíso en la tierra porque todo es precioso. Aquí debe vivir un gran príncipe.
Entonces, rodeó el estanque, cruzó una densa arboleda y ante sus ojos apareció un imponente palacio de mármol que estaba coronado por una cúpula dorada que relucía bajo los rayos del sol.
–¡Madre mía, qué palacio!
El impacto ante tanta belleza fue tal que a Tico le faltó tiempo para retomar su costumbre de fantasear sobre todo.
– ¿Pero dónde estoy?, se preguntó ¡Este lugar es increíble! Es evidente que el dueño tiene que ser alguien muy inteligente porque para conseguir este palacio hay que ser muy listo y saber cómo ganar mucho dinero.
Nunca antes en la vida había visto nada tan hermoso. Fascinado por tanta belleza, siguió dando rienda suelta a su imaginación.
– Lo que si está claro es que tiene que tratarse de alguien elegante, apuesto y con un exquisito gusto. ¡Seguro que viste con las mejores sedas del país y tiene muchas joyas!
Tico se moría de ganas de entrar, por lo que sin pensárselo dos veces saltó a la escalinata de la entrada. No vio a nadie, así que empezó a subir lentamente mientras seguía imaginando quién sería el afortunado propietario de esa casa tan increíble.
– Aquí tiene que vivir alguien muy feliz. ¡Imposible ser un desdichado cuando se tiene tanto! Su vida tiene que ser maravillosa.
Metiéndose cada vez más en el personaje, Tico estiró el cuello y empezó a subir los escalones de puntillas, actuando como si fuera un perro distinguido. Al llegar arriba, se sorprendió.
– ¡Vaya, pero si esta puerta también está abierta!
Levantó las orejas para ver si escuchaba algo en el interior, pero sólo le llegó el canto de los pajarillos.
– ¡Voy a echar un vistazo, pero lo haré muy rápido no vaya a ser que aparezca alguien por sorpresa y me meta en un buen lío!
Tico entró rápidamente y terminó en un gran salón cuyas paredes estaban cubiertas por brillantes espejos. El pobre perro nunca había visto un espejo, por lo que no sabía lo que eran. Sin embargo, cuando estuvo en el centro y miró a su alrededor se encontró con un montón de perros corriendo hacia donde él estaba. Su reacción fue sacar los colmillos para asustar a sus enemigos, pero en ese instante, el resto de los sabuesos hicieron exactamente lo mismo.
Tico sintió tanto miedo que se quedó paralizado sin saber qué hacer en medio del salón. Atenazado por el pánico, se le ocurrió gruñir enseñando de manera agresiva los dientes para espantar a los otros perros, pero inmediatamente todos los perros tensaron el hocico y le gruñeron. ¡Estaba rodeado por todos lados!
– Este es el fin ¡No tengo escapatoria! ¿O sí?
Movió los ojos rápidamente en busca de una salida y pudo ver que la puerta estaba a muy poca distancia. Sin pararse a pensar ni mirar atrás salió corriendo hasta que llegó al soleado jardín. Luego corrió, corrió mucho y durante mucho tiempo hasta que se aseguró de que nadie lo seguía. Entonces, frenó en seco, se giró hacia la fachada del fantástico palacio, y una vez más dio rienda suelta a su imaginación.
– ¡Qué raro! Había unos treinta perros y ninguno me siguió. ¡Probablemente es porque, en el fondo, son tan cobardes que no se atreven a salir!
Entonces, se sentó un rato para recuperar el aliento. Cuando se calmó, se levantó y retomó el camino de vuelta, convencido de que los perros que vio eran reales. A veces la imaginación nos puede jugar malas pasadas y que no podemos imaginar lo que no sabemos por la sencilla razón de que las cosas no siempre son lo que parecen.
3. Las ovejas testarudas
Hace mucho tiempo vivía en un pueblo de Irlanda un joven pastor de ovejas. Cada día salía al campo con su rebaño de ovejas para que se alimentaran del pasto y corrieran libres por la pradera. Cuando iba a caer la tarde, el joven pastor hacía sonar su silbato y todos los animales se agrupaban y seguían sus pasos de vuelta a la granja.
Una tarde, cuando la luna ya comenzaba a asomar entre las nubes, el joven pastor llamó a las ovejas como de costumbre, pero algo extraño sucedió. Por más que silbaba y hacía gestos con las manos, las ovejas le ignoraban y seguían comiendo y descansando tranquilamente sobre la hierba.
El joven no entendía nada, así que, cada vez más nervioso, comenzó a gritar:
– ¡Vamos, venid aquí, tenemos que irnos ya a casa!
Sin embargo, sus gritos e intentos por atraer la atención de las ovejas parecían no surtir efecto. Las ovejas no escuchaban. El joven, desesperado y sin saber qué más hacer, se sentó en una piedra y comenzó a llorar.
Al rato pasó una liebre que vio al desconsolado joven llorando, se paró ante él y le preguntó:
– ¿Por qué lloras, chico?
– Estoy llorando porque las ovejas no me hacen caso y si no vuelvo pronto mi padre me castigará.
– ¡No te preocupes, yo te ayudaré! ¡Ya verás cómo las hago moverse!
Entonces la liebre empezó a saltar y a molestar a las ovejas para llamar su atención, pero ellas continuaron pastando como si fuera invisible. Abatido, se sentó en la piedra junto al joven pastor y se sumó a su llanto.
En eso pasó un zorro que, viendo semejante drama, se acercó y atrevió a preguntar:
– ¿Por qué lloras, liebre?
– Lloro porque he visto al pastor llorar porque sus ovejas no quieren hacerle caso y si no vuelve pronto su padre le castigará.
– Tranquilo, os ayudaré ¡Voy a ver qué puedo hacer!
El zorro se acercó a las ovejas, tomó una gran bocanada de aire y un segundo después salió de su boca un profundo aullido de esos que hacen palidecer incluso al más valiente.
A pesar de que el aullido se escuchó en todo el valle y de que los pájaros y otros animales salieron espantados ¿sabes qué sucedió? Pues que las ovejas ni se inmutaron para ver de dónde venía el sonido escalofriante.
El zorro, con la moral destrozada, se unió a la pareja con los ojos llenos de lágrimas.
Al cabo de un rato salió de entre unos árboles el temido lobo. Se quedó impactado al ver a un chico, una liebre y un zorro llorando juntos. Sintió mucha curiosidad por saber qué los hacía tan tristes y se acercó para preguntarle al zorro.
– Perdona que te pregunte zorro, pero ¿por qué lloras?
– Estoy llorando porque la liebre lloraba porque el pastor a su vez se puso a llorar porque sus ovejas no le hacían caso y si no vuelve pronto su padre le castigará.
– Bueno, pues aquí estoy para solucionar vuestro problema ¡Allá voy!
De un brinco, el lobo se puso junto a las ovejas y sacó sus grandes colmillos para asustarlas, pero también fracasó. Los pacíficos animales no se movieron ni un centímetro de su lugar. Pensando que con la vejez había perdido su capacidad de atemorizar a los demás, se hizo un hueco en la piedra y también empezó a llorar.
En eso, una abejita que volaba por ahí se sorprendió al ver a los animales llorando. Entonces, se acercó zumbando y le preguntó al lobo:
– ¿Por qué lloras, lobo? ¿Qué ha pasado?
– Estoy llorando porque el zorro empezó a llorar porque vio llorar a la liebre llorar porque el pastor lloraba porque sus ovejas no le hacían caso y si no vuelve pronto su padre le castigará.
– Quedaos tranquilos ¡yo haré que se muevan!
Por primera vez todos dejaron de sollozar y estallaron en carcajadas. Y el pastor le dijo:
– ¿Lo intentarás tú con lo pequeña que eres? ¡Qué graciosa! Si nosotros no lo hemos conseguido tú no tienes posibilidad alguna de lograrlo.
El pequeño insecto se sintió humillado, pero no se dio por vencido.
– ¿Qué no puedo? ¡Ahora veréis!
Sin perder tiempo se dirigió hacia el rebaño y comenzó a zumbar sobre él. A las ovejas, que tenían un oído muy fino, les molestó el zumbido y dejaron de comer.
Entonces, la abeja pasó a la segunda parte del plan. Sacó su afilado aguijón y se lo clavó a la oveja más anciana, que fungía como líder del rebaño. Al sentir el pinchazo, la oveja salió corriendo hacia la granja y el resto la siguió.
El pastor, la liebre, el zorro y el lobo contemplaron sorprendidos cómo todas las ovejas emprendían el viaje de vuelta a casa. Después, miraron avergonzados a la pequeña abeja y el pastor se disculpó:
– Perdona, por habernos reído de ti ¡Nos has dado una buena lección! ¡Gracias por tu ayuda!
La abejita sonrió y retomó su camino.
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