Educación

5 cuentos para leerles en 5 minutos a los más pequeños de casa

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Cuentos leer 5 minutos
Jennifer Delgado

Jennifer DelgadoEducadora, psicóloga y psicopedagoga

La mayoría de los niños adoran escuchar historias infantiles. A través de los cuentos pueden viajar a otros mundos, conocer personajes de toda índole y dar rienda suelta a toda la fantasía que llevan contenida en su interior. Sin embargo, lo cierto es que a veces las historias demasiado largas les aburren, sobre todo cuando se trata de niños pequeños a los que les resulta difícil mantener enfocada su atención. En estos casos, lo ideal es apostar por cuentos más cortos que consigan captar su interés y les mantengan concentrados hasta el final. He aquí algunas historias para leer a los niños en 5 minutos que seguramente les encantarán.

5 historias infantiles que los niños adorarán

Existen muchísimas historias infantiles sencillas, entretenidas y con un gran mensaje que puedes contarles a los más pequeños de casa en solo 5 minutos o incluso menos. En Etapa Infantil hemos seleccionado algunos de estos cuentos infantiles que todo padre debería tener a mano para leerles a los niños en cualquier momento del día y estimular su interés por la lectura.

1. Una sirena muy especial

En un reino marino muy lejano vivía una sirena llamada Marta. Era una sirena muy especial, de ojos claros y pelo rubio, pero que tenía un pequeño defecto en su aleta que le hacía diferente al resto. A pesar de ser muy guapa, Marta vivía avergonzada de su aleta y por ello la ocultaba con un vestido que ella misma había confeccionado. Su padre siempre le decía:

– No hay ningún problema con ser diferente, hija mía, esa diversidad es precisamente lo que hace mejor el mundo.

Sin embargo, esto no consolaba a la sirena, quien no podía evitar sentirse triste por tener una aleta diferente. Por eso, siempre que salía por el fondo marino llevaba puesto su vestido de algas para que nadie se percatara de ese detalle.

De hecho, en la academia de sirenas nadie se había percatado nunca de que la aleta de Marta era diferente. Era habitual que a veces las sirenas llevaran vestidos, así que nadie sospechaba de esta particularidad, hasta que un día ocurrió algo increíble.

Cada año en la academia se celebraba una competición para saber quién era la sirena más veloz de todas. En años anteriores Marta no había participado porque no tenía la edad suficiente, pero aquel año iba a tener que hacerlo. No estaba muy convencida ya que pensaba que debido a la forma de su aleta no podría nadar tan rápido y quedaría la última, pero no le quedaba otra opción.

Intentó entrenar, pero no conseguía mejorar. Sin embargo, decidida a hacer lo mejor que pudiese, el día de la gran carrera Marta se puso un vestido nuevo que ella misma se había hecho, mucho más resistente que los anteriores que había usado para evitar que se le cayese o rompiese al nadar. Llegó a la academia y, como el resto de las sirenas, se colocó en la línea de salida esperando la señal para comenzar a nadar:

– En sus marcas, listos… ¡Fuera!, gritó a viva voz el profesor de natación.

Todas las sirenas comenzaron a nadar a toda velocidad, incluida Marta. Sin embargo, poco tiempo pasó hasta que una de ellas comenzó a ganar distancia del resto ya que nadaba mucho más rápido. Esa sirena era Marta. Al final, la forma de su aleta era lo que le permitía nadar con mayor celeridad que los demás, por lo que no tardó en llegar primera a la línea de meta. Sin embargo, cuando llegó radiante de felicidad, se dio cuenta de que su vestido se había roto y quedaba al descubierto su aleta.

Y por un momento la sirena se sintió triste y avergonzada, hasta que se dio cuenta de que nadie se había percatado de su aleta porque estaban celebrando su resultado y esfuerzo. Así que, olvidó su aleta y fue a celebrar junto con el resto el haber sido la ganadora de la competición. A fin de cuentas, como su padre siempre le decía, todos somos diferentes y eso nos hace mejores y hace mejor al mundo.

2. El mono y los guisantes

Había una vez un hombre que iba cargado con un gran saco de guisantes. Caminaba aprisa porque necesitaba estar antes de la tarde en el mercado para vender la legumbre al mejor postor, y con suerte, estar de vuelta antes del anochecer. Así que después de salir del pueblo y dejar atrás la muralla se adentró en el bosque. Anduvo durante unas horas hasta que le comenzó a faltar el aliento y se sintió agotado.

Como hacía mucho calor y todavía le quedaba mucho camino por recorrer, decidió hacer una parada para descansar en un árbol que vio. Se quitó los zapatos y dejó el saco de guisantes a su lado mientras se tumbaba a la sombra. Pronto le pudo el sueño y sus ronquidos llamaron la atención de un mono travieso que andaba por allí.

El animal, que era muy curioso por naturaleza, quiso saber qué llevaba el hombre en el saco. Así que dio unos cuantos saltos y llegó hasta el saco intentando no hacer ruido. Con mucho sigilo, tiró de la cinta que lo ataba y metió la mano.

¡El saco estaba lleno de guisantes! A ese mono le encantaban. Así que ni corto ni perezoso cogió un buen puñado y sin ni siquiera detenerse a cerrar la bolsa, subió al árbol para poder comérselos uno a uno. Estaba a punto de llevarse uno a la boca cuando un guisante se le cayó de las manos y fue a parar al suelo.

¡Qué rabia le dio! ¡Con lo que le gustaban no podía permitir tirar uno! Así que, de muy mala gana, descendió a toda velocidad del árbol para recuperarlo. Sin embargo, mientras bajaba se le enredó el rabo en una rama enroscada y comenzó a caer. Intentó agarrarse como pudo, pero no consiguió evitar el golpe. No obstante, no solo se dio un buen golpe, sino que todos los guisantes que llevaba en el puño se desparramaron por la hierba y desaparecieron entre la verde hierba.

Miró a su alrededor, pero el dueño del saco ya había emprendido marcha y no se veía siquiera. Entonces, en ese momento el mono tuvo claro su error. No había merecido la pena arriesgarse por un guisante. Supo que, por culpa de esa torpeza, ahora tenía más hambre y además, se había ganado un buen moratón.

3. El amor y la sal

Había una vez un rey que vivía con sus tres hijas. Sabiéndose querido por todas, un día les preguntó cuánto lo amaban para escucharlo una vez más. La hija mayor le dijo:

– Padre, te amo más que todo el oro y la plata del mundo.

La segunda hija le dijo:

– Y yo te amo más que a los diamantes, las esmeraldas y las perlas.

Cuando fue el turno de la hija menor dijo:

– Yo te amo más que a la sal.

El rey atónito se enfadó rápidamente con su hija menor por comparar su amor con una especie tan común y banal, así que sin pensarlo dos veces dijo que no quería verla más delante de sus ojos y la desterró del palacio.

La princesa estaba angustiada porque no tenía a dónde ir. Empero, una cocinera de la corte, que había oído todo lo ocurrido, amparó a la princesa en su humilde morada. Enseñó a la joven a cocinar y, como era una buena trabajadora, nunca se quejó. A pesar de ello, cuando pensaba en su padre, se sentía triste por haber malinterpretado su amor.

Muchos años después, el rey celebró un gran banquete por su cumpleaños e invitó a los más nobles y ricos de la corte. Cuando la noticia llegó a oídos de la princesa, le pidió a la anciana que la había acogido que le permitiera cocinar en la celebración.

El gran día todo estaba listo. Se sirvieron diferentes platos deliciosos hasta que el rey y los invitados apenas podían comer más. Todo estaba preparado al dedillo y los asistentes elogiaron a la cocinera por tan buenos platos. El rey esperaba ansioso su plato favorito, el cual parecía delicioso, pero al probarlo grande fue su sorpresa:

– Este plato está muy soso, no tiene sal, dijo, tráiganme inmediatamente a la cocinera.

Entonces la princesa se presentó ante su padre, quien sin haberla reconocido le preguntó:

– ¿Cómo se te ha olvidado poner sal a mi plato favorito?

La joven princesa le respondió:

– Un día desterraste a tu hija por comparar el amor que sentía por ti con la sal. Era tu cariño lo que le daba alegría a su vida, así como la sal hace con tu plato.

Al escuchar estas palabras, el rey reconoció inmediatamente a su hija. Avergonzado, le suplicó que lo perdonara y regresara al palacio. Nunca más puso en duda su amor.

Historias infantiles cortas

4. Así, como el perro y el gato

Lolo era un perrito muy curioso, al que le encantaba pasear. Un día, mientras paseaba con algunos amigos sintió unos ladridos que le alertaron de que un intruso se acercaba. Los perritos llegaron a toda prisa y se encontraron con una gata muy asustada, probablemente por los ladridos.

– Es solo una gata, dijo Lolo acercándose un poco más.
– Los gatos no son nuestros amigos, dijo uno de los otros perritos mientras le pedía que se alejase.
– No me iré, parece que está muy asustada. Dejémosla en paz, dijo mientras mostraba sus grandes dientes para hacerse respetar.

Tras esto, los demás perros le dejaron solo y se fueron, así que quedó solo en compañía de la gata asustada:

– ¿Cómo te llamas?, le preguntó tímidamente en señal de respeto.
– Soy Betty, le respondió ella mientras se alejaba un poco más. Gracias por ayudarme.
– ¿Quieres ser mi amiga?, le preguntó Lolo.

La gata lo miró fijamente y, tras unos segundos, comenzó a reírse a carcajadas.

– Los gatos y los perros nunca han sido amigos, todos lo saben, dijo Betty saltando a una caja cercana.
– Son tonterías, todos podemos ser amigos, respondió Lolo visiblemente animado. Además, si nos divertimos juntos, ¿qué importa lo que digan los demás?
– ¿Y a qué podríamos jugar? Somos muy diferentes, dijo Betty.
– Pues podemos jugar a que tú corres y yo te persigo y luego yo corro y tú me persigues, dijo Lolo emocionado, esperando que Betty comenzara a correr.

Tras aquellas palabras Betty dudó un buen rato, pero después de dejar a lado los prejuicios decidió ponerse a jugar con Lolo. Así, corrieron por todo el parque riendo, saltando, maullando y ladrando. Fue tan divertido y lo pasaron tan bien que quedaron de nuevo al día siguiente para seguir jugando, y desde entonces nunca más se separaron. Lolo alejaba a los perros que molestaban a Betty y ella le alcanzaba objetos de sitios altos, además de hacerse compañía entre los dos.

Desde entonces ambos animales aprendieron una lección esencial: que un perro y un gato pueden ser grandes amigos. Y supieron que los grandes amigos pueden acompañarse y cuidarse el uno al otro para siempre.

5. Las alas de Mary

Las hadas son criaturas pequeñas pero muy hermosas, con unas alas transparentes muy parecidas a las de las libélulas. De hecho, lo que hace más especial a un hada son precisamente sus hermosas alas, que les permiten volar para perseguir los rayos del sol, pudiendo surcar el cielo. Pero esto solo sucede cuando un hada se hace mayor. Esto es algo que sabia muy bien Mary, una pequeña hada que esperaba ansiosa que le saliesen sus alas para poder volar muy alto y sentir el viento en su cara.

Sin embargo, el tiempo pasaba y sus alas tardaban mucho en salir sobre su espalda. Ya todas las otras hadas de su edad volaban y jugaban por el cielo mientras ella permanecía sentada esperando su momento.

– Quizá no soy un hada, pensó un día con tristeza, y si es así no me puedo quedar más aquí.

Esa misma noche recogió sus trajes favoritos y guardó el resto de sus cosas en una pequeña bolsa y comenzó su viaje lejos de la colonia. Así, llegó a un prado precioso donde pasó la noche. Al despertar, una oruga saludó a Mary con mucha alegría:

– ¿Qué hace un hada aquí, tan lejos?, preguntó la oruga con curiosidad.
– No soy un hada, no tengo alas, respondió tristemente.
– ¡Ni yo una mariposa porque aún no tengo las mías!, dijo la oruga riéndose alegremente. Todas mis amigas son ya bellas mariposas, pero mi momento no ha llegado aún.
– ¿Y no te da miedo no convertirte en una mariposa?, preguntó Mary sorprendida.
– No, porque las cosas más importantes de la vida a veces toman su tiempo, respondió la oruga, solo hay que esperar con paciencia.
– Entonces, ¿tú crees que soy un hada?, dijo Mary sintiéndose más esperanzada.
– ¡Pues claro! Y creo que tendrás unas alas muy bonitas. Lo único que necesitas es alimentarte bien y descansar y, el día que menos lo esperes, despertarás con tus alas en la espalda.
– Gracias por tus ánimos oruga, dijo Mary dándole un abrazo, volveré a mi colonia. ¡Cuando seas una hermosa mariposa ven a visitarme!

De inmediato Mary volvió a la colonia donde vivían las hadas. Al llegar a casa comenzó a alimentarse bien y a descansar mucho para poder convertirse en un hada adulta más rápidamente. Y así el tiempo pasó hasta que un día despertó con dos hermosas alas. Y desde entonces, no hubo un hada más feliz en todo el mundo.

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