5 cuentos de princesas cortos para niños
Descubriendo historias, valores y magia: cuentos de princesas para inspirar y educar a los más pequeños
Los cuentos de princesas son uno de los clásicos infantiles que nunca pasan de moda. Más allá de sus concepciones de género tradicionales, son un recurso ideal para transmitir a los niños valiosas lecciones y enseñanzas. Esto además de enseñarles cómo era la vida de las princesas y las personas en sentido general en la Edad Media, un conocimiento que podrá serles útil para comprender parte de la historia de muchas de las culturas de hoy día. Por supuesto, también son una excelente excusa para pasar tiempo de calidad en familia y compartir momentos mágicos que los pequeños recuerden toda la vida.
Cuentos de princesas para leer con los más pequeños de casa
Desde los clásicos de Cenicienta, la Princesa y el Guisante o la Bella Durmiente hasta los más modernos como Rapunzel o Pocahontas, hay muchísimos cuentos sobre princesas ideales para compartir con los más pequeños de casa para que echen a volar su imaginación. He aquí 5 historias cortas de princesas que seguramente le encantarán.
1. La princesa Mara
Hace mucho tiempo que Teo, el primer poblador de una lejana región en China, envió a esas tierras a su nieto Tirso para que las poblara y gobernara. Con mucho trabajo y esfuerzo Tirso logró convertirlas en un lugar próspero y lleno de personas que vivían felices y tranquilas.
Tirso estaba orgulloso de su pueblo, como también de su hija, la princesa Mara. Una joven de una belleza única y muy dulce a la que le gustaba pasear por las tardes a orillas del río, cantando y recogiendo flores.
En una de esas tardes en las que Mara disfrutaba tranquilamente en el lago ocurrió algo terrible. Un monstruo enorme con tres cabezas, conocido como llamado Malévolo, había llegado a las tierras de Tirso para atemorizar a la población. El monstruo amenazaba a los pastores con matarlos si no les daba sus rebaños y perseguía a sus hijas hasta el cansancio. Esto hasta que un día descubrió a Mara y decidió vigilarla en silencio para raptar a la joven.
Las fechorías de Malévolo llegaron a oídos del rey Tirso quién no sabía qué hacer para detenerlo y proteger a sus súbditos. Desesperado, les pidió ayuda a los dioses.
– Os lo suplico Zeus ¡ayudadme!
– Te ayudaré Tirso. Enviaré a mi hijo Hércules para que termine con ese monstruo.
En ese momento, Hércules era el hombre más fuerte sobre la tierra y por eso Tirso respiró con tranquilidad cuando supo que les ayudaría. Cuando Hércules llegó y conoció a Mara quedó encantado con su belleza y delicadeza. Mientras que en el corazón de la joven sucedía exactamente lo mismo. Se enamoraron prácticamente al instante.
Decididos a conocerse mejor, Hércules y Mara paseaban su amor por todos los rincones de aquellas tierras mientras el malvado Malévolo los seguía muy de cerca, preso de los celos y la ira. Tal era su rabia que un día se presentó ante el rey para pedirle la mano de la princesa.
El rey temió que, si le negaba la mano de la princesa, el monstruo tomara represalias contra su pueblo así que no tuvo más remedio que aceptar. Así que Malévolo se quedó en el castillo esperando a que Mara regresara de uno de sus paseos con su amado para llevársela consigo.
– Mara, te estaba esperando, dijo Malévolo nada más verla.
– ¡Malévolo! ¿Qué haces aquí?
– Tu padre me ha dado tu mano, así que ahora eres mía, dijo.
– ¡De ninguna manera!
– No sabes lo que puedo llegar a hacer si me enfado.
– ¡Jamás iré contigo!
– Es tu última oportunidad para venir conmigo si no quieres desatar mi ira.
– ¡Nunca me iré contigo, monstruo terrible!
Y tras decir aquello, la princesa corrió por el castillo y pudo llegar al bosque escapando a través de unos pasadizos secretos. Malévolo salió del castillo maldiciendo y arrasando a su paso con todo lo que se le cruzaba. Llegó al bosque y amenazó a Mara para que saliera, pero la joven aguardaba escondida hasta que llegase Hércules para ayudarla. Preso de la furia, Malévolo prendió fuego a todo el bosque.
En ese momento llegó Hércules y se enfrentó con su espada al monstruo en un sangriento combate en el que consiguió vencerle cortándole una a una sus tres cabezas. Cuando terminó, fue corriendo en busca de su amada.
– ¡Mara! ¡Mara! ¿Dónde estás?
Al fin encontró a la princesa, pero ya era demasiado tarde.
– Mi corazón te pertenece mi valiente Hércules, no lo olvides nunca.
Y dicho esto, murió. Entonces, Hércules juró construir el más bello mausoleo a su amada, colocó su cuerpo inerte en la tierra y comenzó a colocar una por una todas las grandes rocas del bosque hasta formar una hermosa cordillera en honor a su amada. Sobre las montañas colocó un gran manto blanco de nieve. Y, como el héroe estaba desconsolado y no podía dejar de llorar, sus lágrimas cayeron a la tierra formando lagos helados que siguen ahí hasta el día de hoy.
2. Amanda y el tabernero
Había una vez una joven princesa llamada Amanda que llevaba una vida alegre y despreocupada. Sus padres, los reyes, se encargaban de satisfacer todos sus caprichos, hasta los más insospechados. Solo querían la felicidad de su hija, pero también empezaron a preocuparse por su futuro.
Un día, los reyes tuvieron una conversación con su hija y le dijeron que debía prepararse para el día en que tuviera que reinar. Era momento de empezar a controlar sus caprichos, aprender cómo funcionaba el palacio y comenzar a tener algunas obligaciones. A Amanda no le gustó la idea.
Reyes e hija discutían día tras día hasta que Amanda se enfrentó a sus padres y les amenazó con irse de casa, creyendo que así cederían a sus deseos. Pero los reyes no la tomaron en serio y la dejaron sola en su habitación para que reflexionase al respecto.
Dejándose llevar por la ira del momento, Amanda se marchó del palacio. Después de caminar por el bosque durante un buen rato se dio cuenta que no se había vestido adecuadamente con sus mejores galas de princesa, sino que llevaba la ropa que usaba para jugar con sus perros en el jardín. Sin embargo, no le dio mucha importancia y siguió su camino.
Mientras caminaba sin saber qué hacer sintió de repente el olor exquisito de un guiso que le abrió el apetito. Dejo que el olor la guiase hasta que llegó a una pequeña aldea de campesinos. El olor venía de una taberna. Quiso entrar a comer, pero en ese momento se dio cuenta que no tenía con qué pagar la comida, de manera que se quedó en la puerta.
El joven vio a la joven en la puerta y se acercó a ofrecerle algo de comer.
– Toma jovencita, le dijo. Parece que tienes hambre.
– Gracias señor, pero no puedo aceptarlo, le respondió Amanda. No tengo dinero para pagarle.
– No te preocupes, insistió el tabernero. Come y cuéntame qué hace una joven como tú sola y lejos de su casa.
Ante tanta amabilidad y comprensión Amanda no pudo contener más las lágrimas y rompió a llorar. Le explicó las discusiones que tenía con sus padres.
– Mi padre y yo también discutíamos muchas veces, le confesó el tabernero. Yo no quería ayudarle en la taberna. Un día tuvo un accidente por mi culpa mientras yo le gritaba porque no quería cargar unos sacos y desde ese entonces tengo que trabajar para mantener a mi familia porque él no puede. No sabes cuánto me arrepiento de haber pensado solo en mí. Ahora entiendo que mi padre solo quería ayudarme a tener un mejor futuro.
Las palabras de aquel joven dieron un vuelco al corazón de la princesa y decidió volver a palacio.
– Creo que volveré a casa, dijo Amanda. Gracias por la comida y por contarme tu historia. Me han servido de mucho.
Sus padres la recibieron con los brazos abiertos. Habían mandado a la guardia real a buscarla y estaban muy inquietos porque no aparecía.
-¡Hija, ven!, dijeron al unísono. ¿Estás bien? ¡Sentimos haber sido tan duros contigo!
– Estoy bien, dijo Amanda. Yo soy la que tiene que pediros perdón. He sido muy egoísta y desagradecida.
Amanda y sus padres pasaron horas hablando sobre aquello. Desde aquel momento, cuando discutían, la princesa recordaba la historia del joven tabernero y comprendía que sus padres solo deseaban lo mejor para ella. La historia del tabernero ayudó mucho a Amanda y fue también el comienzo de una amistad que, con el tiempo, acabó convirtiéndose en una bonita historia de amor.
3. La princesa del bosque
Érase una vez una princesa tan pura y hermosa como un copo de nieve y con un corazón tan noble como no había otro. Vivía en el palacio en lo alto de una montaña, alejada de toda la realidad que vivían los súbditos. Allí vivía con sus padres y los sirvientes que siempre estaban a su disposición. Era muy feliz hasta que un día apareció una bruja que, envidiosa de esta felicidad, decidió lanzar un conjuro.
La joven princesa tenía la costumbre de ir con sus padres todas las tardes a un lago cercano, en el bosque que rodeaba al palacio. Entonces aprovechaba para jugar con los animales que vivían en el bosque y apreciar la belleza de las plantas y flores que allí crecían. Era una amante de la naturaleza.
La bruja llena de envidia observó que la princesa adoraba a sus padres, por lo que decidió dañar lo más profundo de su ser. Hizo un conjuro malicioso para que su padre comenzase a sentir mucho odio hacia su hija y su esposa. El padre no soportaba tenerlas cerca ni de día ni de noche y eso hacía que la joven princesa, al igual que su madre, se sintiese muy desdichada. El padre también dejó de amar la naturaleza y empezó a cortar árboles, ensuciar el lago y maltratar a los animales.
La joven princesa no sabía cómo recuperar a su padre, por lo que decidió pedir un deseo con todo su corazón: pidió transformarse en la flor más preciosa del bosque. Un día, el padre fue a pasear por la tarde al bosque, vio la flor y quiso cortarla. En ese momento, el rostro de su hija apareció en la flor y le habló de todos los hermosos momentos que habían pasado durante años atrás.
Entonces le pidió que le diera un último beso por todos esos momentos que habían compartido juntos. Su padre escuchó aquellas sentidas palabras y besó la flor desde los más profundo de su corazón. De repente, la bruja que observaba esta acción explotó en mil pedazos y el maléfico hechizo desapareció.
El padre muy arrepentido quiso enmendar su error, plantó muchos árboles y flores, curó a todos los animales que había maltratado y comenzó a recuperar el tiempo perdido con su familia. Y así, todo volvió a ser como antes y vivieron muy felices.
4. La princesa y el dragón
En un país muy lejano vivía una preciosa princesa en un castillo imponente sobre una colina. Un día estaba junto a la ventana mirando al horizonte, cuando de repente vio a un apuesto príncipe que cabalgaba a lo lejos. Antes de que le diese siquiera tiempo a reaccionar, un enorme dragón apareció y agarró con sus afiladas garras al príncipe. ¡La princesa no podía creer lo que veía!
Sin pensárselo, corrió escaleras abajo, cogió un arco y una flecha que estaban en un rincón, se los puso a la espalda y se adentró en el bosque en busca de aquel príncipe que le robó el corazón. Tras varios días caminando, llegó hasta una casa abandonada junto a un precioso lago.
Con la idea de descansar un poco, la princesa entró en la casa e inmediatamente vio al dragón dormido, con una llave colgando de una garra. La princesa intentó coger la llave con cuidado y sin apenas hacer ruido, pero ¡el dragón se despertó!
En ese momento, recordó que llevaba consigo el arco y la flecha, se apartó, lo preparó y le disparó al dragón antes de que pudiese alcanzarla. Entonces, la princesa escuchó un grito que parecía ser del príncipe. Se acercó al lugar de donde provenía y, con la llave que le quitó al dragón, consiguió abrir una puerta en la que estaba encerrado el príncipe.
Nada más verla, el príncipe quedó cautivado por su belleza y le pidió matrimonio, no sin antes agradecerle por haberlo salvado. Al volver al palacio comenzaron los preparativos y días después celebraron juntos una unión que duró para toda la vida.
5. La princesa y la rosa
Hubo una vez una princesa que vivía en un palacio precioso. Tenía todo lo que cualquier joven de su edad soñaría, pero la princesa no era feliz. El motivo era que sus padres, los reyes, la habían encerrado y no le permitían siquiera salir a jugar al jardín. Su única compañía era una hermosa rosa y era a ella con quien se desahogaba.
– ¡Amiga rosa! Me siento tan aburrida entre estas cuatro paredes. Desde aquí puedo ver a la hija de la sirvienta correteando por el jardín persiguiendo mariposas ¡Cuánto me gustaría salir a jugar al aire libre!
Sin embargo, lo que la princesa no sabía era que hablaba con una flor mágica, quién sintió pena por la joven y quiso cumplir su deseo.
– Sal, querida princesa. Para que no te descubran, yo guardaré tu voz mientras no estás.
La joven se puso tan feliz que rápidamente salió de palacio ocultándose de los centinelas de la puerta. Nadie vio que había salido.
Al rato, la reina pasó por su habitación y llamó a la puerta. ¡Toc toc toc!
– ¿Hija mía, estás ahí?
Entonces, la rosa respondió imitando la voz de la princesa.
– ¡Sí, mamá, estoy leyendo!
La madre se fue, pero al cabo de tres horas la joven no bajaba a comer, así que fue a buscarla. ¡Toc toc toc!
– ¿Sigues leyendo, hija? ¿Estás bien?
– Sí, sigo leyendo, no te preocupes.
Pero la reina, extrañada de que estuviera tanto tiempo leyendo, decidió entrar sin pedir permiso. Allí no había nadie.
– Pero hija, ¿dónde estás? ¡No te veo!
– Estoy aquí, mamá, dijo el rosa desde su maceta.
La reina escuchaba la voz de su hija, pero no la veía. Asustada le pidió al rey que fuese y este llamó a su vez a los guardias.
– Comprueba cómo se escucha la voz de nuestra hija en la habitación, pero ella no está, dijo la reina confusa.
El rey probó.
– Hija, ¿estás aquí? ¿Dónde te escondes? Sal para que podamos verte.
– Estoy aquí, papá, contestó la rosa.
La reina miró entonces la flor y se dio cuenta de que era quien hablaba.
– ¡Oh, no puede ser!, dijo espantada. ¡Esta flor está embrujada! ¡Esta rosa habla como si fuera nuestra hija!
El rey cogió la flor y se la dio a un guardia.
– ¡Quemen ahora mismo esta rosa! ¡Que arda en el fuego hasta que sólo queden cenizas!
Justo en ese momento la princesa apareció por la puerta.
– ¡Por favor, no lo hagas! Ese rosa es la única compañía que tengo. Solo quería ayudarme para que pudiera salir un rato a jugar.
El rey no cedió. No iba a permitir que su hija tuviera una flor mágica ¡A saber qué hechizos podía hacer!
– ¡Ni hablar! ¡Esa maldita flor va a desaparecer ahora mismo!
La princesa le quitó rápidamente el rosa al soldado que lo sostenía mientras esperaba nueva orden. Abrió la boca y la masticó.
A partir de ese momento, vivió con la flor dentro para siempre. Y dicen que todo el que se acercaba a la princesa podía notar un delicado aroma a rosa que la perfumaba.
Comentarios