¿A qué edad empezamos a parecernos más a nuestros padres?
Referencias científicas
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Cuando los jóvenes piensan en el tipo de persona que quieren ser, convertirse en un reflejo de sus padres no suele ser una alternativa. Aunque amen profundamente a sus padres, siempre suele haber un patrón de conducta, un hábito, una creencia o modo de pensar que no comparten y que prefieren mantener alejado de sus vidas. Sin embargo, lo cierto es que, más temprano que tarde y sin ser plenamente conscientes de ello, la mayoría de nosotros nos empezamos a convertir en una copia de nuestros padres e incluso llegamos a incorporar esas cosas que una vez detestamos y juramos evitar.
¿Cuándo se produce el punto de inflexión?
La respuesta llega de la mano del cirujano plástico londinense Julian de Silva, quien realizó una encuesta para conocer el momento exacto en que empezamos a “imitar” a nuestros padres. En la encuesta participaron más de 2.000 personas, a quienes se les preguntó a qué edad notaron empezar a parecerse más a sus madres y padres y cómo se dieron cuenta de ese cambio en su forma de pensar y/o actuar.
En la encuesta, el 52% de los participantes afirmaron comenzar a comportarse como sus progenitores entre los 30 y 35 años, el 26% consideró que sucedió un poco más tarde, entre los 35 y los 40 años, mientras que el 10% afirmó que no sucedió hasta los 40 o 50 años. En el caso de las mujeres, la mayoría coincidió en que empezaron a parecer más a sus madres a los 33 años, mientras que los hombres refirieron notar este cambio un año más tarde, a los 34 años.
A esta edad, los participantes confesaron que habían adoptado algunas actitudes y formas de pensar de sus padres, así como muchas de las preferencias o gustos que antes no les interesaban. Asimismo, refirieron repetir frases o comportarse de manera muy similar a sus progenitores.
En el caso de las mujeres, a menudo adoptaban la misma forma de expresarse y frases, participaban en los mismos pasatiempos e incluso veían los mismos programas de televisión que sus madres mientras que los hombres empezaban a gustarle la misma música que a sus progenitores y adoptaban puntos de vista políticos coincidentes. Pero, ¿a qué se debe esto? La genética y la madurez tienen gran parte de la responsabilidad.
¿Por qué empezamos a “copiar” a nuestros progenitores a partir de los 30 años?
Existen varias razones que explican por qué a partir de los 30 muchos de nosotros empezamos a parecernos más a nuestros padres, aunque nos esforcemos en que no suceda. La genética es una de las causas fundamentales. De hecho, ¿sabías que las mujeres suelen heredar sus respuestas emocionales de sus madres? Así lo corroboró un estudio realizado en la Universidad de Stanford en el que encontraron que el sistema cortico-límbico, el responsable de regular nuestras respuestas emocionales, tiene un componente hereditario.
En el estudio, los investigadores escanearon los cerebros de 35 familias y revelaron que el volumen de materia gris en algunas de las áreas relacionadas con las emociones era bastante similar tanto las madres como sus hijas. Lo curioso es que esta relación no se encontró con los padres. De hecho, según los expertos, todo indica que el sistema emocional se transmite con más facilidad de madres a hijas, pero no tanto de las madres a sus hijos. Al contrario, los padres son menos propensos a transmitirles la morfología de su “cerebro emocional” a sus hijos.
Otra de las causas por las que empezamos a parecernos más a nuestros padres a partir de los 30 se debe al nivel de desarrollo psicológico o madurez que alcanzamos a esta edad. La llegada a la década de los 30 supone un momento de introspección y análisis profundo que nos hace cuestionarnos muchas de las creencias que teníamos hasta ese momento y plantearnos nuevas formas de ver la vida, a menudo más similares a las que tenían nuestros padres cuando éramos jóvenes.
Además, teniendo en cuenta que en España la edad media en que las mujeres dan a luz su primer hijo es a los 32 años, es comprensible que no seamos conscientes hasta este momento de la enorme responsabilidad que conlleva tener un hijo, con la consecuente maduración psicológica que esto implica. Es a partir de entonces que somos capaces de comprender a nuestras madres y padres desde una perspectiva diferente y de entender, en muchos casos, por qué actuaron o tomaron las decisiones que antes nos parecían ilógicas.
También es importante tener en cuenta que la educación y los cuidados que recibimos durante la infancia tienen un profundo impacto en nuestro desarrollo, sobre todo durante los primeros años de vida. A estas edades es probable que no seamos conscientes de cuánto influyen nuestros padres sobre nosotros o cómo los hábitos y las costumbres familiares empiezan a moldear nuestra conducta y preferencias personales, pero lo cierto es que desempeñan un papel crucial no solo en nuestra educación sino también en la visión que tenemos de la vida, las habilidades intelectuales y sociales que desarrollamos y, cómo no, también en nuestros hábitos adquiridos.
¿Es negativo parecernos a nuestros padres?
Aunque para algunos pueda parecer una pesadilla hecha realidad, lo cierto es que parecernos a nuestros padres puede ofrecernos algunas ventajas, como ayudarnos a comprenderles mejor. Esto se debe a que no es hasta que nos ponemos en sus zapatos que somos conscientes de todo lo que han hecho por nosotros, de cuánto se han esforzado por educarnos lo mejor que podían y de todo a lo que han renunciado por vernos felices. Y, una vez seamos capaces de ponernos en su lugar, el vínculo se hará mucho más fuerte.
Otra de las ventajas de empezar a parecernos a nuestros padres es que puede aportarnos una visión diferente de la vida y ayudarnos a convertirnos en una persona más madura. Partiendo de todo lo que nos han enseñado y de los hábitos, ideas o comportamientos suyos que ahora hacemos nuestros, podemos sacar a relucir nuestra mejor cara y convertirnos en una versión mejorada de la persona que siempre hemos querido ser.
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