Educación, Ocio

Cuento ‘Canción de Navidad’ de Charles Dickens para niños

Un cuento clásico sobre la Navidad para enseñar a los niños a ser generosos

[mashshare icons=»1″]

Cuento Canción Navidad Charles Dickens
Jennifer Delgado

Jennifer DelgadoEducadora, psicóloga y psicopedagoga

No hay mejor plan para disfrutar con los niños de la Navidad que leer un cuento en familia. Una buena excusa para pasar tiempo de calidad juntos mientras los niños se entretienen haciendo volar su imaginación. Existen muchísimos cuentos infantiles inspirados en la época navideña que puedes elegir, pero si quieres acertar a la primera, Canción de Navidad es una excelente opción. También conocido como Cántico de Navidad o Cuento de Navidad de su traducción del inglés Christmas Carol, es un clásico de la literatura infantil que fue escrito por Charles Dickens en 1843. Sin embargo, a pesar de ser un cuento muy antiguo sus enseñanzas y valores siguen estando muy vigentes hoy en día, por lo que es una buena elección para compartir con los peques. 

Canción de Navidad, un cuento con valores para disfrutar con los niños

Ebenezer Scrooge era un viejo empresario muy avaro y egoísta. Hacía tiempo que su único socio, Marley, había muerto, y apenas se relacionaba con su familia, por lo que se encontraba muy solo. A pesar de ello, no le gustaba hablar con nadie, ni compartir lo que tenía. Un día, un 24 de diciembre, estaba Scrooge observando a su empleado. El tiempo pasaba y tenía mucho trabajo por terminar.

– ¿Cuándo terminarás todo el trabajo?, le dijo Scrooge.

– Voy lo más rápido que puedo, terminaré sin falta el miércoles.

– ¿El miércoles? ¿Cómo que el miércoles?, gritó enfurecido Scrooge ¡Hoy es lunes, no puedes tardar tanto! ¡Terminarás mañana!

– Pero señor, hoy es Nochebuena y mañana es Navidad.

– ¿Y qué importa? ¡Mañana terminarás el trabajo o te despediré! Yo he rechazado una invitación de mi hermana por venir a trabajar. No hay nada más importante que el trabajo.

El pobre empleado bajó la cabeza y pensó en cómo iba a decirle a su familia que no podría estar con ellos en Navidad.

Finalmente, llegó la hora de salir de la oficina. Eran las 9 de la noche y el empleado al fin pudo irse a su casa. Entonces Scrooge se dirigió hacia la suya. Nada más llegar, abrió la puerta y se dejó caer sobre un sillón, donde se quedó dormido inmediatamente. A las 11 de la noche su reloj de pared dio las campanadas y Scrooge escuchó un extraño sonido que le despertó.

– Socio, dijo una débil voz. Soy yo, Jacoooob

– ¿Quién habla?, contestó asustado Scrooge. Y entonces le vio: era Jacob Marley, su antiguo socio.

– ¿No me reconoces?, dijo Marley. Soy yo, tu socio, Jacob.

– Ahora sí, pero ¿qué haces aquí? ¿Y qué llevas ahí?, preguntó Scrooge al darse cuenta de que llevaba una pesada cadena atada a los tobillos.

– Esto que ves, dijo señalando la cadena, son los pesados eslabones que até a mis tobillos en vida. Cada vez que me portaba mal con los demás aparecía un nuevo eslabón en la cadena. Como ves, es muy larga, pero no puedes imaginar el tamaño de la tuya.

– ¿Yo tengo una cadena?, preguntó Scrooge.

– Sí, la tienes, la verás cuando mueras. Pero tienes suerte, te van a dar una oportunidad para cambiar eso. Será esta noche cuando se te aparezcan tres fantasmas. Escucha bien lo que tienen que decirte y no desaproveches esta oportunidad. Adiós, amigo.

Y diciendo esto se desvaneció y Scrooge se quedó de nuevo solo.

– ¡Paparruchas!, dijo para sus adentros. ¡Solo ha sido un mal sueño! Tres fantasmas, jaja.

Entonces, Scrooge se fue a la cama y, de pronto, dieron las doce campanadas. En ese momento, apareció la primera alma: el fantasma de las Navidades pasadas. No podía hablar, solo comunicarse mediante señales. Scrooge sintió una presencia y se despertó.

– ¡Ah! ¿Quién eres tú?, preguntó al fantasma.

El fantasma, que no tenía rostro y estaba cubierto por una espesa capa negra, no contestó. En cambio, le hizo una señal para que le siguiera.

– ¿Quieres que te siga? ¿Para qué?, preguntó mientras recordaba las palabras de su socio. Así que se levantó de la cama y fue tras el fantasma.

De repente, su habitación se esfumó y aparecieron en una casa preciosa donde había un árbol de Navidad enorme y un delicioso olor a pavo asado. Había una familia muy feliz que preparaba la Navidad mientras un niño jugaba con su hermana.

– Ebenezer, Tina  ¡Venid a cantar!, dijo la mujer.

– ¡Ya voy mamá!, dijeron los niños. Ese día, su padre había llegado antes del trabajo, y su tío había llevado regalos de Navidad.

Scrooge vio todo lo que acontecía y sintió que unas lágrimas resbalaban por sus mejillas.

– ¿Por qué me has traído aquí? ¿Por qué me haces esto? Ese niño soy yo, me encantaba jugar con mi hermana, y ella es mi madre que me amaba mucho. Era tan feliz entonces.

Scrooge se dio cuenta de que cuando era niño era mucho más feliz. Amaba y era amado.

Tras esa escena, Scrooge apareció de nuevo junto a su cama. Y justo cuando iba a volver a acostarse, apareció el segundo fantasma que le llamó por su nombre.

– ¡Ebenezer! Rápido, sígueme, tenemos prisa.

– ¿Por qué? ¿Quién eres tú?

– Soy el fantasma de las Navidades presentes. Quiero que veas algo, le dijo mientras le agarraba la mano antes de salir volando por encima de la ciudad y llegar a la casa de su empleado.

– ¿Alguna vez visitaste a tu empleado Ebenezer? ¿Sabes cómo es su familia?, preguntó el fantasma.

– ¿No es necesario? ¿Y por qué me llamas Ebenezer? ¡Soy el señor Scrooge!

– Ebenezer, mira. Así vive tu empleado, al que has obligado a trabajar mañana, en Navidad.

Entonces, Scrooge vio un humilde apartamento donde hacía mucho frío. Una mujer cocinaba unas patatas mientras su empleado secaba sus calcetines junto a una pequeña lumbre que apenas calentaba.

– No gastes toda la leña o no alcanzará para mañana, le dijo su mujer desde la cocina.

Entonces, se escuchó la tos de un niño, y un pequeño llegó desde otra habitación con unas muletas.

– ¡Ven con papá!, le dijo el empleado.

El pequeño se sentó junto a su padre y entonces la mujer se les unió.

– Se nos han acabado las medicinas, pero no te preocupes que seguro mi jefe me ayuda de alguna forma. Igual me da algún aguinaldo, dijo el empleado.

– ¿Aguinaldo dices? ¡Tu jefe es tan egoísta que no te dará ni las gracias por todo lo que te esfuerzas! ¡Más nos vale buscar otra forma de conseguir las medicinas de nuestro hijo!, dijo la mujer enfadada.

– Ya pensaré en algo, no te preocupes, dijo el empleado mientras su hijo seguía tosiendo sin parar.

– Bueno, no vale la pena enfadarnos. Cantemos juntos hasta que estén las patatas cocidas. 

Y la familia comenzó a cantar villancicos frente a un pequeño belén que estaba junto a la chimenea.

– Pero, dijo Scrooge, ¿Por qué nunca me dijo que tenía un hijo enfermo?

– ¿Le preguntaste alguna vez por su familia?, le espetó el fantasma.

– Yo, no.

– Entonces, no tuvo ocasión de decirte.

La escena dejó muy afectado a Scrooge. La enfermedad de aquel pequeño le había llegado muy hondo. Pensó en lo feliz y saludable que era de pequeño. Y sin darse cuenta estaba de vuelta otra vez en su cama cuando vio aparecer a un fantasma lujosamente vestido.

– ¿Y tú quién eres? ¿El futuro?

– Exactamente y tengo algo que mostrarte. 

Y ambos aparecieron en medio de un cementerio.

– ¡Qué raro!, dijo Scrooge. ¿Qué hacemos aquí? ¿Por qué me traes a un cementerio?

– Estas son las próximas Navidades. Quiero que leas lo que pone en esa lápida, dijo el fantasma mientras señalaba una inscripción. La lápida estaba rodeada de muchas personas que lloraban desconsoladamente.

Scrooge leyó entonces el nombre del hijo de su empleado.

– ¿Cómo? ¡No es posible! ¡No puede morir! ¡Es sólo un niño!

– Su padre no consiguió el dinero que necesitaba para las medicinas. Pero mira, allí cerca hay otra tumba que quiero que veas.

– ¿Cuál?, preguntó Scrooge. ¿Esa de allá solitaria?

– Sí, esa. Nadie ha dejado ninguna flor en ella desde que enterraron a esa persona y tampoco nadie acudió a su entierro.

Scrooge se acercó y vio su nombre inscrito en la lápida.

– ¿Por qué? ¡No quiero que pase esto! ¿Cómo puedo cambiarlo?

– En tus manos está, Ebenezer.

Y diciendo esto, el espíritu desapareció. Scrooge apareció de nuevo junto a su cama e intentó conciliar el sueño. Al poco tiempo dieron las 8 de la mañana y Scrooge se levantó porque tenía muchas cosas que hacer.

Se vistió rápido y salió de la casa como un rayo. Se detuvo junto a un hombre que recaudaba dinero para los pobres y le hizo una gran donación. Siguió a comprar el pavo más grande que encontró y se dirigió a casa de su empleado. Al abrir la puerta, ya preparado para ir al trabajo, su empleado no podía dar crédito a lo que veía.

– Hoy no se trabaja. ¡Es Navidad! Traigo la comida para tu familia, a la cual me encantaría conocer.

– Claro, dijo el empleado sorprendido. Ella es mi mujer y él mi pequeño hijo, dijo señalando al niño que no paraba de toser.

– ¿Qué le pasa al pequeño?, preguntó Scrooge. ¿Por qué tose tanto?

– Está muy enfermo y necesita unas medicinas.

– Por qué no me lo dijiste antes. Hoy justo venía a traerte un aguinaldo y anunciarte una subida de sueldo, dijo mientras le entregaba una buena cantidad de dinero.

– Pero señor Scrooge, esto es demasiado, no debería aceptarlo, dijo contrariado.

– No te preocupes, solo asegúrate de que tu hijo recibe las mejores medicinas y que se pone bien. Es lo único que te pido. Ah, y ¡Feliz Navidad!

Entonces Scrooge salió de la casa de Bob y fue a la de su hermana que no le esperaba. Allí estaba su sobrino.

– ¡Tío! ¡Has venido! 

– Claro, no pensarías que iba a desperdiciar esta oportunidad para estar con mi familia. ¡Feliz Navidad!

Y Scrooge celebró no solo esa, sino muchísimas navidades más junto a su familia y todas las personas que comenzaron a quererle.

Comentarios

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *