Cuento infantil: El flautista de Hamelín
Cuento corto (resumen) de El flautista de Hamelín para leer con niños
Referencias científicas
Este artículo tiene referencias científicas citadas más abajo
Es probable que aún recuerdes de tu infancia la historia de “El flautista de Hamelín”, esa fábula alemana que fue documentada por los Hermanos Grimm y que ha entretenido a niños de muchísimas generaciones. De hecho, se trata de uno de esos cuentos infantiles que se bebe de un sorbo prácticamente hasta el final y que desbocará la imaginación infantil. Aunque también es una historia que permite reflexionar sobre la importancia de cumplir las promesas y las consecuencias de nuestros actos.
El flautista de Hamelín
Hace mucho tiempo, había una pequeña y próspera ciudad al norte de Alemania, donde todos sus habitantes vivían tranquilamente. Los adultos se dedicaban a las labores del hogar mientras los niños jugaban e iban a la escuela. Los fines de semana hacían grandes fiestas donde bailaban y jugaban todos juntos. Sin embargo, esa felicidad no duraría demasiado. Una mañana, cuando los habitantes despertaron, algo terrible había sucedido: la ciudad había sido invadida por miles de ratones que merodeaban por todas partes devorando todo lo que encontraban a su paso, desde la comida de los graneros hasta la que se encontraba en sus despensas.
Nadie comprendía la causa de tal invasión, y lo que era aún peor, nadie sabía qué hacer para acabar con tan inquietante plaga. Mientras más se esforzaban por exterminarlos o, al menos, ahuyentarlos, más y más ratones acudían a la ciudad. La cantidad de ratones era tal que hasta los propios gatos, que en un inicio se pusieron las botas, huían despavoridos.
Ante la gravedad de la situación, los hombres de la ciudad, que veían peligrar sus riquezas ante la increíble voracidad de los ratones, convocaron al Consejo y después de mucho discutir llegaron a un acuerdo:
– Daremos cien monedas de oro a quien nos libre de los ratones, dijo finalmente el alcalde de la ciudad.
Durante los días siguientes, muchos hombres intentaron todo para conseguir alejar a los ratones de la ciudad. Sin embargo, todos los esfuerzos eran en vano, cada día aparecían más ratones. Ya habían perdido las esperanzas cuando un día se presentó ante el Consejo un hombre alto y desgarbado, un flautista del que nadie había escuchado hablar antes. Llevaba una misteriosa capa que le cubría desde el cuello hasta los pies. El hombre se limitó a afirmar:
– La recompensa será mía. Esta noche no quedará ni un sólo ratón en Hamelín.
Todos se miraron sorprendidos y le dijeron con incredulidad:
– ¿Cómo vas a hacerlo? Nosotros hemos intentado hasta lo imposible y no hemos conseguido nada, ¿cómo un hombre que ni siquiera es de la ciudad va a liberarnos de esta invasión?
– Esperen y verán – contestó el flautista y, sin decir más, salió a recorrer las calles.
A medida que el flautista caminaba por las calles, comenzó a tocar una maravillosa melodía que encantaba a los ratones. Poco a poco los ratones fueron saliendo de sus escondrijos y siguieron los pasos del flautista que continuaba tocando incansable su flauta. Y así, caminando y tocando, el flautista fue sacando a los ratones de sus escondites y llevándolos a un lugar muy lejano, desde donde ni siquiera se veían las murallas de la ciudad.
Por aquel lugar pasaba un caudaloso río y el flautista cruzó la orilla. Siguió tocando su flauta desde la orilla opuesta y los ratones fueron cayendo de uno en uno al río, donde perecieron ahogados.
Mientras tanto, los habitantes de Hamelín, al verse finalmente libres de las voraces tropas de ratones, respiraron aliviados. Ya tranquilos y satisfechos, volvieron a sus prósperos negocios y estaban tan contentos que organizaron una gran fiesta para celebrar el feliz desenlace. Comieron y bailaron hasta muy entrada la noche.
A la mañana siguiente, el flautista se presentó ante el Consejo y reclamó las cien monedas de oro prometidas como recompensa. Pero los hombres de la ciudad, ya liberados de su problema y cegados por su avaricia, le contestaron:
– ¡Vete de nuestra ciudad! ¿Acaso crees que te pagaremos tanto oro por tocar solo la flauta?
Dicho esto, los miembros del Consejo de Hamelín le volvieron la espalda riéndose a carcajadas del pobre flautista.
Furioso ante la avaricia y la ingratitud que mostraron los habitantes de la ciudad, el flautista, al igual que hizo el día anterior, comenzó a recorrer las calles tocando una dulcísima melodía. Pero esta vez no eran los ratones quienes le seguían, sino los niños de la ciudad quienes, extasiados por aquel sonido maravilloso, seguían los pasos del músico.
Los niños caminaban alegres y tomados de la mano. Siguieron al flautista haciendo oídos sordos a los ruegos y gritos de sus padres que, entre sollozos de desesperación, intentaban impedir que sus hijos le abandonaran.
Sin embargo, sus esfuerzos fueron en vano. Los padres no pudieron impedir que sus hijos siguieran la melodía del flautista, quien se los llevó lejos, tan lejos que nadie supo dónde. Y los niños, al igual que los ratones, nunca más volvieron a la ciudad, donde solo quedaron sus habitantes, sus graneros repletos y sus despensas bien provistas, protegidas por sus sólidas murallas y un inmenso manto de silencio y tristeza.
Comentarios
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Gracias, esta muy bonito ese cuento maravilloso.
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